La radio que no andaba (y el espejo de Alicia)
Y ahora hay que volver a empezar, salir al mundo; otra vez. ¿Pero cómo? ¿Ha cambiado algo o sólo yo? Salgo.
Otra vez la gente, sí, carente de destino, apresurada en llegar a ningún lado; buscando un no sé qué que temen encontrar. Y las calles; senderos de un laberinto. Y los árboles, los ruidos, el silencio, la soledad de la multitud. Todo, todo igual. Camino entre todo esa selva tratando de encontrar algo que llame mi atención, algo que me dé un céntimo de alegría, de pureza. Hago un esfuerzo por adjudicarle entereza a aquel hombre que ayuda a una anciana a cruzar la calle, pero mi esfuerzo se diluye cuando lo veo marcharse maldiciendo al azar que lo topó con esa porción de realidad. Él prefiere el espejo de Alicia.
Continúo mi caminata, no sé que día es ni qué hora, pero la gente se agolpa en la city, la mayoría son oficinistas. Y allá a lo lejos lo veo, está sentado en un banco de la vereda, sus ropas son la de un mendigo pero el brillo en sus ojos es el de alguien a quién no le falta nada. A medida que los metros se restan entre nosotros comienzo a adivinar su suciedad y su olor, debe tener setenta años y su barba posiblemente sea mayor. No hay dudas: su única posesión es ese banco temporario, mañana será otro en otro sitio. Distingo que sostiene algo en su oreja, y lo aferra con fuerzas, como al botín más preciado; sus ojos van y vienen sin detenerse en nada, porque no quieren ver, todos sus sentidos se han entregado a esa radio, a esa radio que le dice algo que no logro oír, que tal vez nadie oiga alguna vez. Sus ojos de pronto brillan aún más, todo sus músculos se tensan, observo que se muerde su labio inferior. Me pregunto qué escuchará. Los segundos se alargan, la gente continúa caminando sin mirarlo, él está invisible en el medio del todo. Veo como los dedos de su mano aprietan más y más la radio e inclina toda su cabeza para no dejar que ni un milímetro de aire separe su oreja del paraíso. Todo su cuerpo está tan tenso que me permito imaginarlo quieto por toda la eternidad. Pero de pronto, todo cambia: el tiempo vuelve a andar, el señor rompe su rigidez con un salto digno de un veinteañero y con sus brazos en alto deja escapar un grito tan audaz como sincero: "¡GOOOOL!". Gol. ¿Gol? Sí, gol. Ahora, ese ser que para todos había pasado inadvertido dejó de ser invisible para ser el loco al que todos miran de reojo. A él no le importa, se sienta nuevamente en su hogar, su banco, coloca nuevamente la radio en su oreja y con una enorme sonrisa vuelve a su mundo. Estoy algo estupefacto, ya muy cerca de él puedo verle la satisfacción dibujada en su rostro, tan real y tan pura, tan inmensamente pura que no deja de responderme que aquel sujeto de casa descartable y ropa eterna halló en una radio un trozo de felicidad. Paso a su lado esperando escuchar el partido pero nada oigo. Me detengo simulando atarme los cordones pero ningún sonido sale de esa radio. Le miro el rostro al viejo y él aún lo oye, sus ojos siguen sin fijarse en ningún sitio y sus oídos están totalmente entregados al aparato. No entiendo. ¿O si? Me sonrío, me paro y emprendo el viaje de vuelta a casa pensando en el viejo, en el gol, en la radio que no andaba y en el espejo de Alicia. No puedo evitar sonreírme nuevamente.
Por hoy, logré hallar pureza en la selva.
Copyright © 2006
Otra vez la gente, sí, carente de destino, apresurada en llegar a ningún lado; buscando un no sé qué que temen encontrar. Y las calles; senderos de un laberinto. Y los árboles, los ruidos, el silencio, la soledad de la multitud. Todo, todo igual. Camino entre todo esa selva tratando de encontrar algo que llame mi atención, algo que me dé un céntimo de alegría, de pureza. Hago un esfuerzo por adjudicarle entereza a aquel hombre que ayuda a una anciana a cruzar la calle, pero mi esfuerzo se diluye cuando lo veo marcharse maldiciendo al azar que lo topó con esa porción de realidad. Él prefiere el espejo de Alicia.
Continúo mi caminata, no sé que día es ni qué hora, pero la gente se agolpa en la city, la mayoría son oficinistas. Y allá a lo lejos lo veo, está sentado en un banco de la vereda, sus ropas son la de un mendigo pero el brillo en sus ojos es el de alguien a quién no le falta nada. A medida que los metros se restan entre nosotros comienzo a adivinar su suciedad y su olor, debe tener setenta años y su barba posiblemente sea mayor. No hay dudas: su única posesión es ese banco temporario, mañana será otro en otro sitio. Distingo que sostiene algo en su oreja, y lo aferra con fuerzas, como al botín más preciado; sus ojos van y vienen sin detenerse en nada, porque no quieren ver, todos sus sentidos se han entregado a esa radio, a esa radio que le dice algo que no logro oír, que tal vez nadie oiga alguna vez. Sus ojos de pronto brillan aún más, todo sus músculos se tensan, observo que se muerde su labio inferior. Me pregunto qué escuchará. Los segundos se alargan, la gente continúa caminando sin mirarlo, él está invisible en el medio del todo. Veo como los dedos de su mano aprietan más y más la radio e inclina toda su cabeza para no dejar que ni un milímetro de aire separe su oreja del paraíso. Todo su cuerpo está tan tenso que me permito imaginarlo quieto por toda la eternidad. Pero de pronto, todo cambia: el tiempo vuelve a andar, el señor rompe su rigidez con un salto digno de un veinteañero y con sus brazos en alto deja escapar un grito tan audaz como sincero: "¡GOOOOL!". Gol. ¿Gol? Sí, gol. Ahora, ese ser que para todos había pasado inadvertido dejó de ser invisible para ser el loco al que todos miran de reojo. A él no le importa, se sienta nuevamente en su hogar, su banco, coloca nuevamente la radio en su oreja y con una enorme sonrisa vuelve a su mundo. Estoy algo estupefacto, ya muy cerca de él puedo verle la satisfacción dibujada en su rostro, tan real y tan pura, tan inmensamente pura que no deja de responderme que aquel sujeto de casa descartable y ropa eterna halló en una radio un trozo de felicidad. Paso a su lado esperando escuchar el partido pero nada oigo. Me detengo simulando atarme los cordones pero ningún sonido sale de esa radio. Le miro el rostro al viejo y él aún lo oye, sus ojos siguen sin fijarse en ningún sitio y sus oídos están totalmente entregados al aparato. No entiendo. ¿O si? Me sonrío, me paro y emprendo el viaje de vuelta a casa pensando en el viejo, en el gol, en la radio que no andaba y en el espejo de Alicia. No puedo evitar sonreírme nuevamente.
Por hoy, logré hallar pureza en la selva.
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Comentarios
Un abrazo desde Cuba
Ramses
Interesante tu blog y tu post lleno de sentimiento.
Hacen falta más blogs así
Un abrazo desde Chile.
Un abrazo!
Abraços cordiais
¿Cómo encontrates el blog del defensor?
Me encantó deveras tu observación de lo que pasa alrededor de tí. Quiero volver a visitarte. Visítame también, cuando puedas...
Gostei muito do teu blog, é bom saber que ainda há pessoas preocupadas com o mundo onde vivem.
Cumprimentos de Portugal
Abraço EstrelaMatilde