El sol cálido que produce sombras grises.

El sol cae sobre la ciudad vestido de primavera y la brisa cálida atrae a la gente que se anima a codearse con la naturaleza. La plaza principal está agolpada de oficinistas que aprovechan su hora de almuerzo y de estudiantes en grupo, otros se animan a alistarse para el verano poniéndose el traje bronceado en su piel. Los rostros que se suceden son la antítesis de cualquier otro día; aquí hay gestos relajados y sonrisas fáciles, el estrés y los problemas de la rutina se han tomado vacaciones. Todo el entorno semeja a una pintura del romanticismo, e incluso, si se está desprevenido, sería una imagen empalagosamente cursi. Pero la realidad engaña.
Allí; bajo la sombra de aquel árbol, pasando totalmente desapercibida; está Alba, una muestra áspera del mundo. Este sol primaveral no alcanza para iluminar sus grises lágrimas que se desparraman sin consuelo por su rostro y riegan de tristeza la tierra fértil que tanto la ha castigado. Tiene diecinueve y un trozo de carne creciéndole en su vientre. En este momento Alba está decidiendo si eso que crece ya tiene alma o aún carece de cualquier individualidad. Resultaría más fácil pensar que es sólo un feto, pero no está tan segura y nunca fue una chica autocomplaciente, ni busca acallar su conciencia.
Hasta hace tan sólo doce horas era una mujer feliz, enamorada de la vida; de su trabajo humilde pero suficiente para pagar sus estudios, y sobre todo enamorada de su novio: Andrés, un tipo de treinta, inteligente para triunfar en cualquier negocio, algo frío pero siempre dispuesto a mostrarse como alguien de valores y chapado con las reglas tradicionales. Juntos habían construido proyectos y sueños; había planes de casamiento e hijos. Sobraba felicidad, encanto. Dicen que el encantamiento no es más que la verdad que se oculta, pero Alba no lo sabía. Por azar o accidente, o ambas, ella quedó embarazada. No dijo que tenía un retraso, prefirió estar segura; el miedo no era un sentimiento que la atravesara porque la seguridad de tres años de relación, y el creer que se conoce a la persona a la que se ama, era un colchón de confianza lo suficientemente grueso. Anoche se hizo el test y el positivo le arrancó una sonrisa y varias lágrimas de emoción. No lo habían buscado, pero adelantando algunos plazos todo iba a estar bien, pensaba Alba.
Corrió a contarle a Andrés y en el camino, incluso, pensó en el casamiento y en nombres para el nuevo motivo de alegría y plenitud espiritual. Pero la vida guarda sorpresas y no siempre son dulces. El tipo escuchó la nueva buena como quién oye el noticiero y luego, oportuno, largó su vendaval de confesiones: dijo que hacía tiempo que su amor se había apagado y se había mudado a Andrea, cuarentona bella, de larga historia sexual y carrera profesional envidiable. Alba comenzó a sentirse pequeña, su mundo de pronto se estaba tiñendo de negro y todo, en cámara más o menos lenta, se desvanecía ante sus ojos. La frialdad típica de él esta vez se había multiplicado y en sus palabras no corría ni una gota de sangre, eso a ella la pulverizó. Andrés, sin entender de qué hablaba, le deslizó una indirecta demasiado directa; que decida ella qué hacer con el niño pero que sepa que jamás hallará en él un padre.
Alba se silenció, no encontraba palabras porque su alma estaba muriendo. Marchó en la noche y no dejó de caminar sin rumbo hasta que sus piernas dijeron basta en esa plaza en ese día primaveral. Tiene diecinueve pero siente que su mundo terminó. Tal vez esté pagando el precio de vivir encantada, pero seguramente el precio es demasiado elevado. Su cabeza va y viene y qué hacer con su hijo es una incógnita lo suficientemente pesada como para terminar de aniquilar sus últimas fuerzas. Y ella está allí, bañada en verdad, mientras su alrededor gira desdeñoso como una novela rosa y la brisa sigue soplando cálida y las sonrisas se multiplican. Alba posiblemente se quede en las sombras hasta que la noche caiga y ya no queden ni ganas de llorar. Caminará de vuelta a casa y en el camino se cruzará con los despojos de la sociedad; cartoneros, mendigos y perros sin dueños. Alba llevará sus manos instintivamente a su panza protegiéndola. Nunca le gustaron los caminos fáciles ni piensa acallar su conciencia; aún no lo sabe pero en nueve meses su mundo volverá a construirse.

Mientras las realidades se siguen cruzando. Y la luz y la sombra, y el principio y el fin.

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2 Comments:

  1. poca luz said...
    ...bellísimo!...como todo lo que escribes.
    Lo he sentido con Alba mientras te leia.
    Un beso desde Barcelona.
    Anónimo said...
    Un lujo, ni mas ni menos. Como tan sólo vos podías redactarlo.

    Un abrazo

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