Mueca.

La lluvia caía aterciopelada sobre sus hombros rendidos en el día más gris del año. Estaba de pie, paralizado, pensando en el destino; con los ojos muertos mirando la nada en aquel piso dieciséis, al borde del desamparo, de la extinción. Aldo ha pasado cincuenta inviernos y no está seguro si quiere seguir superándolos.
Hace años era un joven idealista, revolucionario como todo universitario que tiene las fuerzas y la ignorancia para cambiar el mundo. Tuvo, alguna vez, capacidad para hacer latir su corazón al ritmo del amor; Luz era hermosa, rubia, de mirada luminosa y alma llena de bondad. Supo darle los días más felices. Pero los años, la vida y el monstruo del sistema lo llenaron de avaricia. Aldo silenció su corazón y tomó rumbo distinto dejando a Luz marchar en silencio rencoroso a armar su vida mientras él, con astucia y aires de superioridad, se codeó con el poder y la fortuna.
Disfrutó de los excesos, los viajes, los cruceros y el champagne mientras la soledad le hacía compañía en las noches largas y oscuras de su departamento céntrico o en habitación cinco estrellas de hotel europeo. Jamás decidió hacerse preguntas ni cuestionarse el concepto de familia porque su escalada profesional se basó en calcular, sin sentir o imaginar. Así pudo traicionar prototipos de amigos o socios, humillar a adversarios y catapultar al desempleo a personal a los que consideraba ineficaces. Jamás le rindió cuentas a la conciencia ni mostró algún despojo de sensibilidad.
Hace un mes todo cambió; iba en su auto importado hacia restaurant italiano para festejar con un brindis solitario su quinta década de vida cuando, como una jugada del destino, vio caminando a Luz. Habían pasado veinte años pero su hermosura había cobrado sofisticación con el tiempo. Aldo se deslumbró; estacionó y saltó hacia la vereda como un juvenil, como si, de pronto, su corazón hubiera despertado de una silenciosa siesta amarga de verano por la tarde. Indeciso permaneció observándola desde lo lejos: allí estaba ella, sonriente, fantástica, en la puerta de una linda casa con olor a hogar. Fue en el momento en el que Aldo pensó acercarse cuando salieron por la puerta un niño de unos doce años, otro de quince, una hermosa mujer de veinte y un tipo con etiqueta de esposo feliz. Todos sonreían. Aldo tuvo tiempo de imaginarles cumpleaños, navidades, asado de domingos al mediodía y charlas de sobremesa mientras los miraba marcharse. No hubo restaurant italiano ni brindis solitario.
Su corazón terminó de despertar para comenzar a llorar y su rostro petrificado dibujó una mueca extensa; mueca pétrea de tristeza impía, mueca que imprimió en su alma mil sueños truncos amalgamados al fracaso del éxito profesional. Y esa mueca aún permanece dibujada en su cara en esta terraza mojada por la lluvia que suplanta a las lágrimas secas que aún no se animan a caer. Aldo vio reflejado en el único amor de su vida lo que él resignó por algo que hoy desecharía. Y nada posee, sólo el derecho a terminar con su vida sin sentido; derecho que está dispuesto a usar. Se acerca a la cornisa mientras el manto gris de lluvia suave e incesante deja un halo de dolor que Aldo siente como punzadas en su piel fría. Su mueca parece reproducirse y detenerse en el tiempo quitándole la vida que no tuvo antes que él decida quitarse la vida que no tiene.
Ni la abundancia del dinero amortiguó la caída ni el poder le salvó la vida.
Aldo supo construir castillos pero no supo como habitarlos y hoy ya comienza a ser un recuerdo prescindible de unos pocos no muy queridos. Y su cuerpo reposa dentro del ataúd con una mueca extraña, de suicida sin arrepentimiento, ni dolor, ni amor, ni alma. Una vez más, como siempre y para la eternidad, está acompañado únicamente por la soledad.

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4 Comments:

  1. Anónimo said...
    Es raro que hables de alguien mayor contemplando su pasado y un poco fracasado ahora. Hoy estaba yo a escribir sobre los días más felices en Rio, los días de mi juventud, también inmersa en la política, contra la Redentora de 1964-85, los días hippies en Ipanema, tanto que ha cambiado y se queda en la memoria.

    Añadie tu blog pa que pueda ver cuando habrá novedades. Buen provecho de más una semana, Memo.
    Emmanuel Frezzotti said...
    Jaja... Te había entendido bien, Moi. Pero igual quise visitar nuevamente tu rincón. (y lo seguiré haciendo) Saludos.
    Anónimo said...
    Sorprendente el post, como todos los anteriores... "...Aldo supo construir castillos pero no supo como habitarlos..." Aprendió a encontrar la soledad, a vivir y a morir con ella. Un triste final, pero real...

    Saludos
    poca luz said...
    ...un escrito desgarrador. Tus formas y colores al escribir siguen siendo exquisitos. Me queda más claro, si cabe, que de mayor yo no quiero ser Aldo. Un beso desde Fuerteventura.

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