Calle Esperanza.

Lía debió escapar de pueblo provinciano y padre abusador cuando aún su cuerpo caminaba por la cornisa que separa a la niña de la mujer. Marchó con bolso y nada de dinero a gran ciudad, donde los sueños de éxito se amontonan de a miles en la basura de los desilusionados. Allí, Lía golpeó mil puertas que se le cerraron en la cara dejando el sello de la vida, de la realidad; fabricó, entonces, resignación y ganas de volver a casa a soportar lo que una niña jamás debería vivir. Por milagro, el azar intercedió para que se cruce en el camino de Clara; abuela sin nietos y amor desbordante sin nadie a quién entregárselo; que se apiadó y le dio a Lía, por primera vez, un hogar, una vida y un futuro.
No llevó mucho tiempo hasta que comenzó a llamarla "abu" y menos para que se quisieran mutuamente. Clara quería fabricarle a su nieta postiza un camino por dónde transitar y la motivó para que termine el secundario y sea la mejor. Lía no desilusionó; estudiaba y leía hasta en el baño, pudo destacar su intelecto rápidamente en colegio privado de alumnos caprichosos y adinerados; también tuvo astucia para esconder el cuerpo escultural que la naturaleza le había moldeado lentamente y, así, su belleza glamorosa pasó desapercibida. Había sueños universitarios a punto de concretarse cuando a Clara el corazón viejo y malherido le dijo basta.
Hubo cataratas de lágrimas en Lía. Tal vez la vida guarda demasiada crueldad y su pasatiempo preferido sea el de masacrar los sueños y planes de las personas, que siempre terminan siendo un castillo de arena, un artilugio de la esperanza; ese enfermo sentimiento que nos da vida y nos mata.
Luego del luto y el volver a empezar, Lía endureció su rostro y su carácter, barrió en un segundo sus sonrisas típicas y su calidez y salió al mundo como un león hambriento. Prefirió no pensar y dejó que su cuerpo tomara el protagonismo relegado; y la prostitución siempre es el camino más fácil y el más corto, pero su ruta no lleva a ningún lado más que así mismo, como una rotonda sin escape. El destino otra vez la encerraba pero ella no lo notó, sólo trató de subsistir y se transformó en una mujer deseada por los ejecutivos y el precio de su noche, que no incluía el amor, subió con velocidad. Su mente trabajaba como una calculadora y su cuerpo era una máquina sexual. No había nada más que eso; era, únicamente, una prostituta. Lo que Lía había sido se había ido al cajón con Clara.
El dinero recaudado cada noche iba a parar debajo del colchón, con suerte gastaba algo para alimentarse. No soñaba, como sus compañeras, con el cliente que se enamora y la rescata porque se había prometido erradicar para siempre cualquier fantasía o ilusión. Su objetivo era satisfacer al cliente para aumentar el colchón debajo del colchón y para eso aceptaba maltratos, golpes, drogas, disfraces y, sobre todo, aceptaba aparentar placer que jamás pudo sentir. De día, su única tarea era dormir sin soñar e ir a al supermercado a comprar algo exclusivamente esencial. Allí la atendía cajero simpático, buen tipo, que más de una vez le ofreció ayuda al verla con moretones ocasionados por excesos de sus clientes. Lía siempre respondía con indiferencia y frialdad. Su resignación había dejado en coma cuatro al amor.
Un día Ezequiel le introdujo a Lía un papel en la bolsa del supermercado. Ella no lo vio hasta llegar a casa. Estaba en manuscrita con una hermosa caligrafía:

Me pregunto qué hay de cierto en ese gesto rabioso de milagros truncos y otoños infinitos, qué hay detrás de esa mirada disfrazada de maldad. Muero por saber tu historia, si tan sólo me pidieras ayuda.


Eso es tan sólo lo que Lía necesitaba para volver a ser aquella nieta que quería construirse un futuro. Tomó dinero, agallas, abandonó habitación con olor a cliente desprolijo y le ofreció a Ezequiel contarle su historia.
Luego del café, las horas de charla y las lágrimas acumuladas, Lía hizo por primera vez el amor con alguien y, también por primera vez, sintió placer. Juntos pusieron, con ahorros acumulados, minimercado en calle Esperanza y ya pudieron contratar una empleada. Así, Lía tiene tiempo suficiente para estudiar psicología. Hay planes de casamiento, pero los hijos van a tener que esperar; Lía primero quiere recibirse.

Tal vez la vida guarde, al fin y al cabo, algo más que crueldad.


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4 Comments:

  1. Anónimo said...
    Que así sea.

    Memo, espero que estés bien y que sigas escribiendo con esa increíble euforia.

    Saludos
    poca luz said...
    ...no quiero ser Aldo pero...ssshhh...quiero escribir como tu!
    Demian said...
    kiúbole don memo... pos gracias por tu visita al pasillito (así le decimos de cariño)... aunke un dato, fue el churos el desventurado amoroso (por no decir lento jajajaja).

    Un saludo pal extremo del mundo desde la mitad del mundo

    pd. chévere tu blog tambíen
    Dayiah L'hotelier said...
    arigato gosaimasu por tu comentario!

    siento kuriosidad por saber como fue que me encontraste. pro d la misma manera en que aparecen los amigos, he de suponer que me cruzé en tu camino n_n

    interesante narrativa. no es mi estilo, pero es agradable, y habla de ti, lo que es lo único importante.

    gracias por leerme! espero sigamos en contacto.

    .::.Dayiah.::.

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