Lágrimas a orillas del cordón.

Juan es una criatura de las calles y la urbe, de ningún lado y de todos. Anda tropezando con la vida desde pequeño, rumbeando las sombras, siendo dueño sólo de su presente tan escaso, tan volátil e inexistente. Puede vérselo en cualquier calle, esquivando a la sociedad que en cualquier momento lo aniquila, siendo prescindible de todos, siendo sólo un retazo de vida que nadie quiere abrazar. Está perdido, desprotegido; tiene mirada de maldad que es el disfraz perfecto para esconder la fragilidad, el pedido de ayuda incesante.
Nació y murió el mismo día; hijo de madre adolescente, fue abandonado muy temprano bajo un puente. Alguien lo rescató y vivió en orfanato hasta que los abusos de todo tipo lo hartaron. Huyó. Esperaba encontrar algo, aunque sea algo de luz. Pero el pobre de Juan conoció las calles, las veredas, el frío, el desamor. Durmió en plazas, veredas de bancos, en puentes, casas tomadas, en trenes que siempre lo traían de vuelta, o en ningún lado. Aprendió a comer sobras en bolsas de nylon y a olvidar su vida aspirando pegamento. Sabe lo que queda cuando ya no queda nada, tiene bien en claro el significado del desamparo. No hay dudas.
En sus ojos el mundo se ve muy distinto, allí no se refleja la inflación, ni el precio del oro; allí hay necesidades básicas insatisfechas, verdaderas necesidades. Hay hambres día por medio, falta de abrigo cada invierno, y dolor en cada suspiro. Juan no tiene ni para alimentar su rencor, Juan no odia, ni cuestiona; no envidia, no ama. Se margina en las largas tardes tirado donde haya caído, con los ojos perdidos, un poco para no ver y otro tanto por el efecto del pegamento. Allí transpira sueños que duelen, aleja fantasmas e imagina de donde sacar la comida de la noche. Sólo eso. Horas y horas sin nada en qué creer. Y todo el mundo ajeno.
Juan es para la sociedad una mirada de reojo, un desperdicio, una fábrica de prejuicios, un chorro, un vago. Como si todos prefirieran pensar que nada pueden hacer. Tal vez ya esté perdido. Seguirá, seguramente, cubriéndose de las lluvias, corriendo palomas en plaza San Martín, o llorando en el cordón de la vereda que es su único pasatiempo. Allí las lágrimas caen y son llevadas por el desagüe, allí la frustración de no poder ser es alejada hacia las alcantarillas y perdida, aunque sea, por un rato. Nada queda. Nada hay.
Muerto en vida, trata en vano de encontrar pecados que confesar para pedir la redención de Dios, que nunca atiende el teléfono de los pobres. Le han robado (le hemos robado) todo, hasta la creatividad para delinquir. Es el precio del bienestar de unos pocos, tal vez. No lo sé. Juan es de todos pero nos duele a pocos.
Es chico de historia corta y amarga. Y por eso morirá, quién sabe cuándo ni dónde. Pero morirá y nadie lo recordará, nadie llorará en su lecho, nadie lo extrañará. Pero Juan no se irá, volverá a nacer y a vivir en cada cuadra, delante de nuestros ojos remisos, frente al banco o en la plaza, revisando la basura, buscando a quién culpar. Porque el problema es que Juan es uno multiplicado por demasiados niños sin techo que piden ayuda y encuentran indiferencia. Y nada hicieron, sólo fue la jugada del azar, y la inacción de una sociedad entera.
Resultados de la apatía y el egoísmo, son niños de almas apropiadas sin futuro, son lágrimas que corren a orillas del cordón, desconsuelo al por mayor; son hojas en otoño, son suspiros fríos, son miradas perdidas, ojos nunca antes vistos. Son como nosotros, pero sin todo lo demás.

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4 Comments:

  1. Anónimo said...
    uau Memo, me llegó...te felicito
    Unknown said...
    "Juan es de todos pero nos duele a pocos."

    Te felicito, hermoso texto che me conmovio de verdad... Un abrazo gracias por pasarte por mi espacio y esperemos seguir viendonos
    Anónimo said...
    Cruel y creciente realidad. Nadie está ajeno. Todos estamos inmersos.
    Tendríamos que creer en la utopía, de saber, que ojalá, algún día... todo sea diferente. Este relato, pequeña pero ilustrativa hostoria, claramente refleja una realidad, nuestra realidad y la de todo el mundo. Niños, por todas partes, deambulando por las calles en búsqueda de... de que?
    Los ves en todas partes, con sus ropas y sus caras sucias... de la calle, del trabajo, del tratar de subsistir.

    Memo, felicitaciones otra vez más... tu inteligencia aplicada al momento de redactar resulta infalible! Seguí así! a unas cuadras de tu casa tenés tu mejor y más caprichoso lector!

    Un abrazo!
    Anónimo said...
    Es bien escrita tu estoria pero yo tengo miedo de los niños de la calle porque nunca nadie los ensinó valores humanos, laa pegadura desace los neuronios y ellos son peligrosos.

    Sin duda que las clases más privilegiadas en Brasil se hacen ciegas al enorme problema social del país. Y la Iglesia no ayuda a resolver el problema cuando estimula el crecimiento populacional.

    Tengo dolor por los chicos de la calle pero cambio de lad en la rua cuando los veo.

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