El artista del café.

Entre medio del fuego y el insoportable calor, intenta con desesperación estirar su brazo para alcanzarlo. Pero cada vez parece más lejano e imposible. Se siente gobernado por la impotencia y se estira más y más pero el fuego lo quema. Teme claudicar, no quiere hacerlo; pero no lo logrará y lo sabe. La resignación lo alcanza.

Se despertó violentamente, con su cuerpo empapado en sudor y llorando como un niño. Aún con la pesadilla en su memoria, pudiendo sentir la abrasión de las llamas; se levantó para comenzar la rutina diaria; el proceso de alistarse y emprender la marcha hacia el café donde trabaja de mozo es, por sobre todo, su única manera de abandonar la cama que, desde hace seis años, lo lleva de retorno al lugar del que nunca ha podido escapar.
Fermín había estudiado Bellas Artes para desarrollar su capacidad como pintor. Su talento llamaba la atención de cualquiera, y muchos eran los que le auguraban un futuro exitoso. En su mano derecha el pincel podía hacer magia; por ejemplo, podía plasmar el aroma de los besos con amor, y su viaje de ida al olvido; o darle forma al silencio que queda cuando el fin comienza.
Pero cuando la carrera de Fermín parecía estar acercándose a la genialidad, el destino se interpuso. Viajaba camino a una ciudad cercana, donde se exhibirían algunos de sus cuadros, cuando al costado de la ruta observó un accidente: un pequeño colectivo, ruedas hacia arriba, ardía en llamas. El alrededor, de golpe, parecía querer conspirar dejándolo solo en medio de la nada, y lo único que quedaba era intentar hacer todo. Fermín salvó ese día a doce personas, de las trece que el vehículo transportaba.
Los medios de comunicación se hicieron una fiesta narrando los hechos una y otra vez para reflejar su valentía y, de pronto, todo el mundo lo reconocía como un héroe. Pero el título que le habían asignado carecía de valor para Fermín, que no podía dejar de pensar en ese niño, el único menor que viajaba y al único que no había podido salvar.
Se hundió en una enorme depresión después de eso, y abandonó el pincel para no tener que ver las cicatrices que había dejado el fuego en su mano derecha. Pero las heridas que más dolían eran las que no podían verse, las que surgían cada vez que la conciencia preguntaba si ese día se había hecho todo lo posible. Fermín, porque sabía que la existencia tiene sentido cuando la razón para vivir y para morir es la misma, pensaba que hubiera sido más heroico haber muerto ese día. Pero estaba vivo y el peso de esa circunstancia era más inmenso de lo que él podía soportar.
Después del accidente, intentó retomar su pasión, pero su pintura había girado hacia un solo momento; su pincel no podía contar otra cosa que no fuera ese suceso, porque su arte estaba inundado por la culpa y el dolor. Cuando dejó definitivamente la pintura, comenzó a trabajar como mozo en un café céntrico. Resignó palabras y se sumergió en sus propios silencios y cuestionamientos internos. Ningún discurso de poética barata podía complacerlo, porque nadie lograba ayudarlo a borrar de su memoria el instante en que vio un par de ojos inocentes apagarse en medio del infierno. Y cada mañana, con el despertar, era un martirio; un volver a vivir, un volver a ver y un volver a sufrir. Por ende, Fermín acuñó una vida modesta carente de expectativas, con días marcados por la resignación, asimilando el dolor casi como única alternativa, y sin poder sobreponerse.
Pero un día, hace un tiempo, cuando en el trabajo le alcanzó el café a una señora, ésta le abrazó la mano. Sorprendido, Fermín la miró y observó un rostro de ojos llorosos y voz quebradiza. Ella alcanzó a decir pocas palabras comprensibles, pero él pudo escucharla cuando dijo que era la madre del niño. El corazón de Fermín se detuvo, tenía ganas de llorar y de pedir perdón, pero sólo pudo permanecer atónito. Ella apretó con fuerzas y calidez su mano.
- Hiciste todo lo que podías hacer y más de lo que cualquiera hubiera hecho. Tengo que decirte gracias por haberlo intentado. Eres una gran persona.- dijo ella y soltó lentamente la mano de Fermín. Luego dibujó una sonrisa y bajó la vista.
Ese día, la voz no encontró la boca de Fermín y nada pudo decir. Pero las palabras de ella alcanzaron para que el perdón a sí mismo comenzara a tomar forma.
Aunque no ha dejado el café, por estos días ha vuelto a la pintura: antes de atender a cualquier cliente, pinta sobre un platillo y luego se lo entrega. Sus pequeñas obras han tomado fama y muchas personas van especialmente a ese lugar para recibir el obsequio del artista. Ya ha pintado la desolación, la felicidad, las sonrisas y los milagros. Pero se siente especialmente orgulloso de uno que no pudo obsequiar, y que espera colgado en la pared, en donde pudo plasmar para siempre un sentimiento que no abunda, pese a que cura heridas del alma: la gratitud.

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7 Comments:

  1. Ivana Fernández said...
    Excelente Emmanuel! Tengo poco tiempo, pero no queria dejar pasar mi visita y felicitarte por este relato...uno de tantos pero especial a la vez, porque se que mas allá de la historia, la gratitud es un valor que pocos tenemos el agrado de compartir....

    Estoy segura que ese valor, forma parte de tu personalidad!

    Gracias por cobijarnos en tu/nuestro mundo

    Besos, a las corridas!

    Ivana.
    Anónimo said...
    Emmanuel: ya no s� que m�s decirte; no encuentro palabras porque todo lo que escriba es poco, comparado con lo que sos...un maestro.
    Con tus historias siempre se me escapa una lagrimita, pero me gusta, porque desde que te leo descubr� que a�n me quedaban muchas l�grimas guardadas en mi coraz�n.
    Gracias por existir.
    Liliana
    Anónimo said...
    Qué hermosas que son estas historias...
    Con un poeta literario que nos dibuja las más bellas virtudes de las personas y las más bellas locuras que nos hacen sentir vivos. Hoy paso a felicitarte... y mañana al café; a conocer con mucho orgullo a Fermín, una persona que sin querer nos regaló una sonrisa a los que sin mucho, creemos en la utopía.

    Otra fascinación que sigue sumando...

    Abrazo
    Emmanuel Frezzotti said...
    Ivana: Gracias por tu comentario, a las corridas, pero siempre afectuoso. Te mando un beso grande.

    Liliana: No te preocupes, no hace falta que me dejes un gran comentario para saber que visitaste este mundo. Tu saludo siempre es necesario.
    Te mando un beso.

    Juampi: ¡Gracias! Te mando un abrazo enorme.
    (sabés que me encantan tus comentarios)
    kurtosis said...
    La manera de detener el lapso difíciles es la mezcla de un gran café, excelente historia detenida en leerlo.
    Atte.
    Kurtosis.
    . said...
    hola, te cuento que tenía tu blog en favoritos desde hace muchos meses, quizá llegó ahi como tantos sitios, busco imágenes y cuando veo los blogs de donde provienen y me atraen por algo, los guardo...dejándolos en espera,"hasta cuando tenga un poco de tiempo"
    hoy llegó ese día, y casi no tengo palabras, me emocionó mucho leerte, a pesar de no haber leído todo, pero tu sensibilidad me llegó al alma, por eso te escribo, y seguiré leyendote, ahora si, con todos los motivos del mundo "en mis favoritos"
    un abrazo
    Anónimo said...
    sin comentarios... estas historias son un lujo!!!!!
    como escribis, los sentimientos que volcàs, realmente es dificìl describir lo que uno siente al leerlas
    TE FELICITO

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