Quebrarse.

Gregorio era de esos tipos rústicos, que cualquiera evitaría tener como amigo y nadie quisiera tenerlo como enemigo. En sus ojos no podía encontrarse nada que no fuera absolutamente opaco, y todo su rostro estaba cuarteado por la sequedad, que se había apretujado en sus pómulos y había trazado surcos en su frente. Cada arruga era la síntesis de tantos años agrios, de una vida sólo pintada con matices ocres. Y su imagen, formada por su cara quebradiza y mirada muerta; se completaba con una actitud agreste, de simpatía ausente y voz tosca.
De joven, Gregorio fue una persona normal, que podía reír o llorar como cualquiera; pero con el paso de los años, sin un motivo aparente, comenzó a convertirse en ese hombre de corazón ermitaño. La transformación fue tan paulatina que ni siquiera pudo notarla; un día se levantó y descubrió, simplemente, que no recordaba la última vez que había reído. Pero, lejos de molestarle el cambio, se adaptó con complacencia. Luego aligeró su vida de cualquier afecto para convivir en soledad con sus propias miserias.
Gregorio nunca tuvo trabajo formal; pero tuvo astucia para invertir, en sus inicios, algún dinero. Así fue como se hizo dueño de una docena de propiedades, y pudo comenzar a vivir cómodamente de las rentas que los inmuebles ofrecían. Durante la primera semana de cada mes pasaba a cobrar el alquiler puerta por puerta. Su aspecto intimidaba, y nadie se hubiera animado a decirle que no tenía fondos para pagar. Sólo en una ocasión un inquilino ofreció justificaciones en vez de dinero, pero en la conciencia agreste de Gregorio no existía la capacidad de oír y comprender. Inmediatamente inició los trámites de desalojo y no se inmutó cuando le dijeron, en el juzgado, que había dejado en la calle a un padre que creía en las prioridades, y que había gastado todo su capital para atender la enfermedad de su único hijo.
El resto del mes vagabundeaba por la ciudad sin rumbo fijo, inventando para sí mismo quehaceres y trámites que no eran necesarios. Simulaba tener una vida ocupada, se convencía de que su existencia tenía algún sentido; cuando, en realidad, todo indicaba que su mundo no era más que una vida de tapas duras.
El tiempo profundizó sus rasgos, sus arrugas y sus desencantos. También acentuó su dureza, que a esa altura era absolutamente rocosa, y barnizó la opacidad de su mirada. Pudo haberlo alcanzado la muerte en cualquier momento para coronar el fin de esa vida sin penas ni glorias; pero Gregorio se sentía seguro, porque sabía que la hierba mala nunca muere. Lo que él no comprendía era que la muerte es más piadosa que la vida y que, en realidad, al darle tiempo sólo estaba ofreciéndole espacio temporal para retractarse. No es que la hierba mala sea eterna, sino que la muerte ofrece amaneceres extras para darle oportunidad de florecer.
Como una roca, cuyos encantos caen rendidos ante la magia de la naturaleza y se quiebra, Gregorio tenía una dureza extremadamente fuerte, y a la vez vulnerable. En los días previos a su cumpleaños setenta y cinco, mientras ocupaba su mañana con excusas, colisionó con sus propias miserias. Se encontró observando a aquel sujeto que había desalojado: lo vio mientras caminaba quince metros delante de él, llevando a su hijo en sillas de ruedas. Ambos sonreían, eran felices. Había pasado más de una década del desalojo, pero recién en ese momento hubo lugar para la culpa. Gregorio vislumbró en ese padre una pelea incesante, una lucha que habían ganado y les regalaba la felicidad del sacrificio y el posterior triunfo. Vio, en ese padre y su hijo, un sentido que él no tenía.
Tal vez haya sido demasiado tarde, pero Gregorio comenzó a ocupar sus días con quehaceres reales; y sus visitas a orfanatos y hogares de niños se hicieron asiduas. Ahora comparte sus rentas con las necesidades de otros, ofreciendo, además, el afecto que nunca antes había podido dar. Tal vez así pueda estar reservando un lugar en el purgatorio, o unas disculpas para con él mismo.
Porque, para que una roca se quiebre, lo único que hace falta es tiempo.

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Fascinaciones: La amistad.

Hay algo mágico en la amistad que la hace fascinante; tal vez sea ese lazo de hermandad absolutamente desinteresado, que carece de egoísmos a la hora de ofrecer consuelo, compañía o afecto. Que regala, además, esa extraña seguridad inalterable de saber que, aún en la ausencia, los amigos están presentes, siempre dispuestos a abrazarnos el corazón en viajes imaginarios de charlas sin principio ni fin.
Lo mágico también puede ser su quietud en el tiempo, esa habilidad de permanecer como siempre a lo largo de los años y de la vida; como si el encuentro de dos almas amigas tuviera tantas fuerzas que es capaz de hacer añicos la distancia o la lejanía. Y entonces sucede el milagro inexplicable, cuando dos verdaderos amigos se reencuentran después de meses o años sin verse, y pueden jugar a quererse en un espacio atemporal, donde los relojes caen en el sonambulismo y la rendición.
El valor de la amistad tal vez se encuentre en el contrato, etéreo e inquebrantable, que se firma con el primer abrazo, y que se renueva cada día con cada gesto de cariño. O, tal vez, el valor radique en ese algo inexplicable que hace a la amistad un bien absolutamente imprescindible, y que convierte a los amigos en hermanos del alma.

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El artista del café.

Entre medio del fuego y el insoportable calor, intenta con desesperación estirar su brazo para alcanzarlo. Pero cada vez parece más lejano e imposible. Se siente gobernado por la impotencia y se estira más y más pero el fuego lo quema. Teme claudicar, no quiere hacerlo; pero no lo logrará y lo sabe. La resignación lo alcanza.

Se despertó violentamente, con su cuerpo empapado en sudor y llorando como un niño. Aún con la pesadilla en su memoria, pudiendo sentir la abrasión de las llamas; se levantó para comenzar la rutina diaria; el proceso de alistarse y emprender la marcha hacia el café donde trabaja de mozo es, por sobre todo, su única manera de abandonar la cama que, desde hace seis años, lo lleva de retorno al lugar del que nunca ha podido escapar.
Fermín había estudiado Bellas Artes para desarrollar su capacidad como pintor. Su talento llamaba la atención de cualquiera, y muchos eran los que le auguraban un futuro exitoso. En su mano derecha el pincel podía hacer magia; por ejemplo, podía plasmar el aroma de los besos con amor, y su viaje de ida al olvido; o darle forma al silencio que queda cuando el fin comienza.
Pero cuando la carrera de Fermín parecía estar acercándose a la genialidad, el destino se interpuso. Viajaba camino a una ciudad cercana, donde se exhibirían algunos de sus cuadros, cuando al costado de la ruta observó un accidente: un pequeño colectivo, ruedas hacia arriba, ardía en llamas. El alrededor, de golpe, parecía querer conspirar dejándolo solo en medio de la nada, y lo único que quedaba era intentar hacer todo. Fermín salvó ese día a doce personas, de las trece que el vehículo transportaba.
Los medios de comunicación se hicieron una fiesta narrando los hechos una y otra vez para reflejar su valentía y, de pronto, todo el mundo lo reconocía como un héroe. Pero el título que le habían asignado carecía de valor para Fermín, que no podía dejar de pensar en ese niño, el único menor que viajaba y al único que no había podido salvar.
Se hundió en una enorme depresión después de eso, y abandonó el pincel para no tener que ver las cicatrices que había dejado el fuego en su mano derecha. Pero las heridas que más dolían eran las que no podían verse, las que surgían cada vez que la conciencia preguntaba si ese día se había hecho todo lo posible. Fermín, porque sabía que la existencia tiene sentido cuando la razón para vivir y para morir es la misma, pensaba que hubiera sido más heroico haber muerto ese día. Pero estaba vivo y el peso de esa circunstancia era más inmenso de lo que él podía soportar.
Después del accidente, intentó retomar su pasión, pero su pintura había girado hacia un solo momento; su pincel no podía contar otra cosa que no fuera ese suceso, porque su arte estaba inundado por la culpa y el dolor. Cuando dejó definitivamente la pintura, comenzó a trabajar como mozo en un café céntrico. Resignó palabras y se sumergió en sus propios silencios y cuestionamientos internos. Ningún discurso de poética barata podía complacerlo, porque nadie lograba ayudarlo a borrar de su memoria el instante en que vio un par de ojos inocentes apagarse en medio del infierno. Y cada mañana, con el despertar, era un martirio; un volver a vivir, un volver a ver y un volver a sufrir. Por ende, Fermín acuñó una vida modesta carente de expectativas, con días marcados por la resignación, asimilando el dolor casi como única alternativa, y sin poder sobreponerse.
Pero un día, hace un tiempo, cuando en el trabajo le alcanzó el café a una señora, ésta le abrazó la mano. Sorprendido, Fermín la miró y observó un rostro de ojos llorosos y voz quebradiza. Ella alcanzó a decir pocas palabras comprensibles, pero él pudo escucharla cuando dijo que era la madre del niño. El corazón de Fermín se detuvo, tenía ganas de llorar y de pedir perdón, pero sólo pudo permanecer atónito. Ella apretó con fuerzas y calidez su mano.
- Hiciste todo lo que podías hacer y más de lo que cualquiera hubiera hecho. Tengo que decirte gracias por haberlo intentado. Eres una gran persona.- dijo ella y soltó lentamente la mano de Fermín. Luego dibujó una sonrisa y bajó la vista.
Ese día, la voz no encontró la boca de Fermín y nada pudo decir. Pero las palabras de ella alcanzaron para que el perdón a sí mismo comenzara a tomar forma.
Aunque no ha dejado el café, por estos días ha vuelto a la pintura: antes de atender a cualquier cliente, pinta sobre un platillo y luego se lo entrega. Sus pequeñas obras han tomado fama y muchas personas van especialmente a ese lugar para recibir el obsequio del artista. Ya ha pintado la desolación, la felicidad, las sonrisas y los milagros. Pero se siente especialmente orgulloso de uno que no pudo obsequiar, y que espera colgado en la pared, en donde pudo plasmar para siempre un sentimiento que no abunda, pese a que cura heridas del alma: la gratitud.

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Fascinaciones: La nieve.

El frío se había extendido toda la mañana con gran intensidad. Era un frío seco y mudo que, de alguna manera, presagiaba un acontecimiento extraordinario. Poco después del mediodía ocurrió el milagro que se había hecho esperar casi un siglo: sobre la ciudad comenzó a llover fino algodón. La nieve empezó a caer tímida primero, con copos delicados y esporádicos que eran observados con atención por la gente que se agolpaba en las ventanas. Tan frágiles eran que, al primer impacto con el pavimento, se descomponían en millones de gotas invisibles y desaparecían en la desintegración, como sueños imposibles que no pueden tocarse y sólo pueden apreciarse a la distancia. Pero luego, el cielo se animó a soplar con fuerza el algodón que recubre las nubes y los copos crecieron y se multiplicaron. La ciudad comenzaba a vestirse de blanco con la nieve que se precipitaba dubitativa hacia la tierra, sin la convicción de la lluvia; sino con un recorrido zigzagueante que dibujaba extensas coreografías en el cielo. La nieve sólo aterrizaba cuando se cansaba de danzar con el viento.
Y entonces; a mitad de la tarde, cuando la naturaleza ofrecía un paisaje insólito por estas geografías; nadie pudo resistirlo, y toda la ciudad se llenó de gente eufórica. Niños, padres y abuelos vencieron al frío y se animaron a jugar con la nieve y a fotografiarse en ese escenario atípico. De pronto, todos tuvieron la habilidad de olvidar problemas y pudieron dibujar sin culpas miles de sonrisas en rostros propios y ajenos.
Fascinada con la nieve, la ciudad, al menos por un día, fue inmensamente feliz.

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Acabo de enterarme (gracias Dami) que este blog es uno de los finalistas del Concurso de Blogs de Intel dentro de la categoría "Arte y Cultura".
Realmente estoy muy feliz, nunca lo hubiera esperado y esto se lo debo a todos y cada uno de los lectores que votaron, que se hicieron habitantes y partícipes de este mundo, que son los que le dan vida a este espacio que construí con más humildad que conocimientos, con más sacrificio que talento.
Soy conciente que este espacio, tan personal, puede llegar a ser un poco extraterrestre dentro del mundo de los blogs; porque tiene actualizaciones esporádicas (alrededor de dos por semana), porque tiene textos largos, relatos que a no todos les resulta entretenido leer. Por eso sé que esto ya es un premio.
De alguna manera siento que ser uno de los finalistas justifica el sacrificio y el tiempo (que es mucho) que uno coloca en la creación del blog, en el cuidado del diseño y en la lucha por lograr textos de calidad, aún cuando la musa se revela. Algunos no entienden por qué lo hago, por qué dedico tanto tiempo al cuidado de este mundo e, incluso, muchas veces yo mismo me lo he cuestionado. Pero ahora todo cobra sentido y lo único que puedo decir es GRACIAS a todos y cada uno de los lectores.
Mañana 7 de julio se cumple un año de la operación que me devolvió la vida. Para mi es un día muy especial y esta noticia es el mejor regalo que podía recibir. Ser finalista es un envión que necesitaba y que me da más fuerzas para seguir escribiendo y dedicando mi tiempo y esfuerzo. También es una responsabilidad; siento que `Sólo el mundo yo´debe ahora estar a la altura de las circunstancias.

Por otra parte, ahora hay que esperar que los jurados elijan a los ganadores. Aunque, sin importar cuál sea su elección, para mí `Sólo el mundo y yo´ ya es ganador. Todos los demás finalistas son excelentes blogs y cualquiera merecería ganar. Por mi parte yo ya tengo el favorito: Bestiaria, es un blog que recomiendo; lo descubrí hace tiempo y ahora veo que es uno de los finalistas. No duden en visitarlo.

Por último, quiero desearles mucha suerte a todos los participantes y, una vez más, quiero decirles GRACIAS a ustedes por haber hecho de este mundo un lugar con sentido. Pero, además y si me lo permiten, quiero enviarle un especial agradecimiento a: Evissima (por apostar), a Liliana, a Juampi, a Akire, a Ivana y a tantos otros que nunca se animaron a comentar, pero que me hicieron llegar hermosos e-mails que nunca olvidaré.

¡Saludos a todos!

Ausente con aviso.

Puede suceder, lo sé, que a esta altura alguien se esté preguntando qué es lo pasa con este mundo. Puede suceder, también lo sé, que nadie se haya percatado de que han pasado ocho días y ninguna nueva historia ha sido publicada.
Me encantaría decir que estoy tomándome un descanso, pero no es cierto. En realidad estoy atravesando el mes con más obligaciones personales del año. Y entre tanto deberes y responsabilidades pareciera que escribir se torna sumamente complejo, y que mi capacidad creativa está ahogada en un inmenso abismo.
Por ese motivo es que les pido paciencia y tolerancia. No puedo decir cuánto tiempo estaré sin escribir porque no lo sé. Tal vez sean días, semanas, o sólo horas. Pero ni bien logre escribir algún relato que me satisfaga lo publicaré inmediatamente.
Les mando un cálido abrazo a todos. Gracias por aguantarme.

ACTUALIZACIÓN: Para que en este tiempo sin nuevas historias no me extrañen tanto, les dejo tres cuentos, del archivo, que son de mi agrado.

- Fabricante de peceras.
- El Proceso.
- El reloj que fabrica segundas oportunidades.


 

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