Ojos bien cerrados.

Sus manos, añejas y temblorosas, abrieron inundadas de pavor el sobre. El tiempo y la humedad le habían dado al papel un color dorado mate, con un fuerte aroma a reliquia y pasado. Descubrir su propia caligrafía de antaño provocó un escalofrío que recorrió toda su espina dorsal, hasta dejarlo sumido en un profundo estremecimiento. Eligió azarosamente un renglón de la carta y comenzó a leer.

Hace un tiempo que esta especie de inconformismo se ha apoderado de mí; me despierto habitando una realidad demasiado ficticia y vacía, tanto que varias veces al día me provoca náuseas. Sin saberlo de manera conciente, espero acezante una señal, un guiño del destino que embarre toda la pulcritud de este mundo tan perfecto.
De vez en cuando, en la oficina, me descubro autista, enajenado del entorno, con mi mente absolutamente en blanco, perdida en abismos poco crepusculares. Hasta este momento las causas no son comprensibles; porque mi razón me informa, con coherente lógica, que mi estado de ánimo no tiene razón de ser; mi doctorado, mi empresa exitosa o, incluso, mis cinco comidas diarias son privilegios a los que el noventa por ciento de los mortales jamás podrá acceder. Pero la imponencia que esos artificios producen en ojos inexpertos, se transforma en un callejón putrefacto bajo mi mirada.
Todo el círculo defectuoso en el que me muevo parece estar regido por esas leyes tradicionalistas, en las que los sujetos se comportan como marionetas sin alma, haciendo de la ostentación y la frialdad sus cualidades primarias. Y en el medio yo; comportándome de igual manera, sonriendo mecánicamente, mientras mi interior anhela gritar para romper el sistema tan bien aceitado de los que suplantan sus miserias internas con ridiculeces hedonistas.
Pero lo peor es vislumbrar que, lentamente, me voy convirtiendo en eso que aborrezco, noto como surgen sentimientos despreciables desde dentro de mí. No puedo evitar aborrecer a las parejas que se besan en las plazas y sonríen con tanta sinceridad, como si escupieran en mi rostro la verdadera existencia de una autenticidad a la que cada vez me cuesta más llegar. Y la envidia se entremezcla con el odio hacia mí, hacia todo lo que me rodea.
El otoño pasado asistí al velorio de mi suegro. Su muerte me había afectado especialmente, porque era una persona que siempre había admirado; por haber construido desde la nada un majestuoso imperio. Pero la ceremonia fue vomitiva; todos y cada uno de los presentes vestían igual, de impecable luto –posiblemente sea la misma vestimenta con la que asisten al teatro- y las infaltables gafas oscuras. Me detuve un instante a observar y pude notar que esconderse detrás de vidrios oscuros sólo puede atribuirse a una cosa: la necesidad de ocultar un par de ojos que no lloran. Todo parecía tan irreal, tan lleno de artilugios. Como si llorar fuera considerado una falta a la buena conducta, o atentara contra la hipocresía protocolar. Mi estómago se retorcía y las náuseas aumentaban. Intenté buscar ayuda en la mirada de mi esposa, pero atónito me quedé al descubrir sus ojos secos, y con la única preocupación de su peinado. El entierro fue largo, ceremonioso y con esa típica liturgia que no posee ni el más mínimo resabio de humanidad; porque el único llanto que tocó el suelo fue el mío.
Ya no lo resisto, y pese a que aún no poseo el valor, espero ansioso el momento en el que pueda escapar de toda esta irrealidad y construir mi vida en un mundo en el que haya, por lo menos, un dejo de sosiego y libertad. Por eso escribo esta carta, para abrirla dentro de cincuenta años y saber si logré huir, o si sólo atiné a traicionar mi alma.


Se detuvo, no podía seguir leyendo. Al temblequeo que los años le habían dado a sus manos se le sumó uno nuevo, irrefrenable, capaz de desintegrar cualquier segundo de solemne vitalidad. Arrugó la carta con furia, y con el puro le dio inicio a una combustión rápida que transformó la hoja en un montón de cenizas grises, inertes sobre el escritorio de cedro. Permaneció quieto, con los ojos secos. No quería pensar en nada, ni en las decisiones que nunca se tomaron , ni en ese matrimonio teatral, ni en los hijos que hacía tanto no veía, ni mucho menos en la empresa, que era la causa de todas las peleas familiares y la consecuencia de su profundo vacío. No valía la pena pensar, había demasiados porqué y un solo cómo.

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12 Comments:

  1. Emmanuel Frezzotti said...
    Les cuento que faltan sólo dos semanas para la finalización de la votación, que decidirá los blogs finalistas del concurso de Intel. Más que nunca espero sus votos y su apoyo.

    Saludos para todos.
    Ivana Fernández said...
    Emmanuel: Hay un dicho que dice "No hay peor ciego, que el que no quiere ver"...más allá de los diferentes puntos de vista de esta frase, creo que a veces cuesta comprender el sentido de tener que vivir una realidad que no existe, falsa, una realidad en la que en vez de ser, aparentamos ser. Una realidad en la que hacemos cosas que quizás no deseamos hacer, pero por el solo hecho de no dejar ser y no dejar de "pertenecer" las hacemos igual.
    Sin darnos cuenta de que podemos cometer errores que a lo largo del tiempo, pagamos caro.

    De todos modos, creo que lo más difícil, es llevar uan vida así....y aún sabiendo que estamos haciendo algo que no sentimos, no poder hacer nada para cambiarlo. No querer hacer algo para trasnformar esa realidad, a cuesta de un montón de cosas vanas.
    No poder discernir y pensar diferente, y proponer un cambio en pos de llevar uan vida cierta, una vida, como realmente quisieramos vivirla.

    Besos, Emma....cada día escribís mejor!

    Ivana.
    Emmanuel Frezzotti said...
    Ivana: Mil gracias por tu comentario (y análisis). Creo, efectivamente, en todo lo que decís. Aunque también es cierto que nunca resulta tan simple correrse de todo eso. Tal vez sea cuestión de tener los ojos mejor más abiertos.

    Te mando un beso.
    Anónimo said...
    Este señor me dió una idea; yo también escribiré una carta que luego abriré dentro de...bueno cuando me de ganas leerla, o mejor cuando recuerde que escribí algo la busque y la encuentre.
    Muy triste pero es la realidad. Me gustó mucho. Y es verdad.. cada día escribís mejor!!!.
    Besito.
    Liliana
    Emmanuel Frezzotti said...
    Lilana: Mil gracias. Sí, es interesante hacer algo así: una especie de cápsula del tiempo. Me han dicho, incluso, que hay una web para enviar e-mail al futuro: por ejemplo, escribo un mail para que lo reciba un amigo en el año 2050. Y, efectivamente, en el año 2050 lo recibirá. Raro, pero interesante.

    Besos
    Alejandra said...
    Hola:
    He llegado a tu blog a través de YR y lo encuentro muy interesante en el diseño y muy profundo en los mensajes y algunas imágenes.
    Cuenta con mi voto para el concurso...
    Te deseo mucha suerte
    Emmanuel Frezzotti said...
    Alejandra: Bienvenida y muchísimas gracias por tu comentario y tu voto :-)
    Anónimo said...
    No, no es fácil arriesgar lo que yá se tiene y comenzar de nuevo lanzandose a lo incierto. Pero si sentimos que ya no encajamos en el panorama, que la vida es un aburrimiento y que nada nos hace sentir vitales, entonces cualquier cambio es mejor que ninguno.
    Liliana te envio un saludo y tambien voy a escribir mi cartica.
    Emmanuel me diste tu formula "vivir vidas ajenas" no lo habia visto de esa forma, la verdad es que esas palabras tan sencillas me han ayudado a entender un poco este manicomio de cuerdos. Y tu léxico en cada nueva historia le parece más exquisito a mi paladar literario.
    Saludos y besos
    A K I R E
    Anónimo said...
    Como siempre, tus escritos son especiales y bellos.

    Con este, uno se da cuenta como cambiamos de un tiempo a otro. La carta, el entorno en que la escribio y la desicion final de la misma persona que la escribio lo demuestran.
    Emmanuel Frezzotti said...
    Akire: Es cierto, a veces cualquier cambio es mejor que ninguno. Sin embargo es evidente que no a todos les resula simple arriesgarse y provacar el cambio. El temor suele ser paralizador para muchos. Lamentablemente.

    Gracias por tu comentario, te mando un beso.

    PD: ¡Qué bueno que volvió tu firma!
    Emmanuel Frezzotti said...
    Paulus Cerberus: ¡Muchas gracias! Sí, los seres humanos nunca somos estáticos, siempre estamos mutando.
    Te mando un abrazo.
    Anónimo said...
    Hey querido, te felicito. ya te diste cuenta que no te gusta,lo que ves...¿ por qué nos convertimos en cosas, en vez de mejores personas ? dime...es triste.
    Espero que puedas conservar tu alma noble , generosa e sensible, en un mundo tan decepcionante.
    te mando muchos besos.
    F.

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