Una Argentina violenta.

Durante los últimos meses se ha hablado una y otra vez, en los principales medios nacionales, de la inseguridad en apariencia creciente. Por lo tanto, se han puesto sobre el tapete diferentes cuestionamientos, como la pena de muerte y la baja de imputabilidad de los menores. La realidad, sin embargo, demuestra que ninguna estadística o estudio –oficial o privado- indica que hayan aumentado los hechos delictivos en los últimos seis años, por lo menos no de manera alarmante.
Pero el hecho concreto de que la inseguridad no esté aumentando no significa que no exista; porque Argentina es un país inseguro para el ciudadano medio. Claro está que el análisis no puede quedar limitado a discusiones superficiales; un problema tan trascendente requiere un análisis profundo de las causas, para luego sí, poder establecer las soluciones.
La inseguridad, tal como la conocemos, requiere de un elemento fundamental del que rara vez se habla: la violencia. Y no es un dato menor; un robo o un homicidio parte y se nutre del factor violento. Desde el punto de vista puramente semántico, el término inseguridad refiere a un estado o un sentimiento, pero la violencia es una conducta, real y palpable, pero sobre todo, humana y argentina. No puede cometerse un ilícito de gravedad sin violencia.
Los argentinos somos, en términos generales, seres violentos. Lo somos al manejar y hasta somos violentos al hablar. Incluso nuestros presidentes ofrecen sus discursos a los gritos. Y no es normal; ni a Lula, ni a Bachelet, ni a Obama se los ha visto gritar. La argentina es una sociedad violenta y habría que preguntarse el por qué. Tal vez, si se vuelve sobre el significado comienza a vislumbrarse que la violencia es el abuso de fuerza o poder con el fin de obtener algo que de otra manera no se alcanzaría. Por ende, se podría concluir en que la violencia es hermana de la lucha.

Argentinos contra argentinos:

Plantear soluciones a partir del castigo –como la pena de muerte o la baja de imputabilidad- es no ver el bosque detrás del árbol. El castigo por definición, es un paliativo a un mal ya ocasionado. Si se quieren buscar soluciones de raíz habría que intentar prevenir que el mal se produzca.
Todos los datos estadísticos de aquellos países que practican la pena de muerte demuestran que no sirve como disuasivo para la ejecución de crímenes. En ninguno de ellos ha bajado la tasa de homicidios. Y eso es una realidad que no hay que dejar de ver. Es de obtusos mantener discusiones sobre premisas que parten de un error conceptual básico. Tampoco sirve bajar la edad de imputabilidad. Cualquier medida que se tome sobre esos puntos, son sólo acciones populistas de políticos que, con sentido de la oportunidad, se aferran al miedo de la gente para la obtención de apoyo.
Otro de los factores a los que se suele recurrir para explicar la existencia de la inseguridad es por el uso o abuso de drogas. Causa que tampoco es determinante: Holanda, por ejemplo, posee leyes que no criminalizan el consumo de ningún tipo de droga, que trata como enfermos a los adictos a las drogas duras y que, además, permite la venta y el consumo de drogas blandas, como la marihuana, en lugares establecidos. Sin embargo posee una tasa de criminalidad de las más bajas a nivel mundial. Mientras en Argentina las posibilidades de morir en un hecho delictivo son de 1 en 85, en Holanda son de 1 en 774. Para que quede clara la diferencia podría alcanzar con decir que en Holanda las cárceles están semi vacías, tanto que han comenzado a alquilar sus plazas a países vecinos.
La inseguridad no surge por falta de mano dura, ni por el consumo de drogas.
La cuna de la inseguridad es la violencia; y ésta nace de la marginalidad, la pobreza y las necesidades básicas insatisfechas de una enorme porción de la sociedad. No hay otras causas tan contundentes como las mencionadas. La violencia surge por la lucha cotidiana que esa porción de argentinos afrontan para obtener lo que no pueden alcanzar de otra manera, porque el sistema no los incorpora.
Argentina es un país inseguro y violento porque es desigual, porque los más ricos cobran 30 veces más que el sector más pobre; que es una diferencia abismal, inconcebible en cualquier país serio. Y tal inequidad es sinónimo de exclusión, y es el caldo de cultivo para el brote de violencia.
Si no se comprende de una vez cuál es la raíz de la problemática, encontrar una solución comienza a ser sumamente dificultoso, porque los caminos correctos comienzan a desdibujarse dentro de planteos superficiales. Si realmente se quiere encontrar una solución, entonces hay que empezar a buscar cómo convertir a la Argentina en un país más justo y equitativo, donde todos los sectores sociales puedan acceder a un hogar digno, a un sistema educativo que los contenga, un trabajo que los proyecte y una salud que los cure.

Un país más justo:

Por supuesto que no es una tarea simple la construcción de una Argentina equitativa, ni mucho menos es una tarea rápida. Para esto hace falta un plan real a largo plazo, serio y metódico, imposible de realizar sin medidas que faciliten la justa distribución de la riqueza.
Pero lo cierto es que, para lograrlo, también hace falta de un compromiso de toda la sociedad. Porque resulta gratificante para muchos sectores llenarse la boca hablando de la redistribución de la riqueza, sin embargo, cuando es el momento de hacerlo, cuando aquellos que obtienen muchas ganancias deben tributar más, cuando sus bolsillos se ven afectados, se alzan en luchas de poderes y aniquilan cualquier intento de lograr una Argentina más equitativa.
No puede edificarse un plan serio si nadie está dispuesto a colaborar con tal objetivo. La torta económica es una sola; si algunos pocos quieren llevarse grandes porciones, es evidente que algunos muchos van a pasar hambre. Y aquellos que sufren el hambre son los mismos que no tienen nada, y cuando no se tiene nada no hay nada que perder, y ahí cuando se es capaz de hacer cualquier cosa para revertir la situación, como delinquir.
Mientras no surja un plan que busque incluir al sistema a los sectores marginados, y no haya un compromiso real de toda la sociedad, va a seguir existiendo la violencia y, por tal motivo, la inseguridad. Y los que más tienen podrán irse a vivir a barrios cerrados para sentirse más seguros, podrán polarizar los vidrios de sus autos y poner alarmas y cámaras de seguridad. Pero si no están dispuestos a resignar parte de su porción, van a seguir sintiéndose inseguros y proponiendo medidas de mano dura. Y es también responsabilidad de la clase media no comprar espejitos de colores ni alzar banderas de luchas ajenas e injustas para protestar contra el gobierno de turno.
Cuando comprendamos que el índice de criminalidad está íntimamente ligado con los índices de pobreza, indigencia y desocupación, y que está, también, relacionado con la educación y la salud pública deteriorada, es cuando comenzaremos a ver el bosque detrás del árbol. Sólo en ese momento la solución será evidente.

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5 Comments:

  1. Emmanuel Frezzotti said...
    Y en mi humilde opinión, deberías volver a leer la nota; porque en ningún momento defiendo al actual gobierno.
    gaxgax said...
    Pareciera ser que describes la realidad de Chile también, ¿o debo decir de toda latinoamerica?, el asunto es que me da pena, ya he superado la verguenza que me daba enterarme de lo que indican las cifras y con lo que se relacionan no era ni por asomo aceptado por nuestros "gobernantes", una realidad brutal, violenta y con niveles delictivos, por lo menos aca en Chile en todas las esferas del quehacer nacional..

    Un abrazo desde Chile y gracias por compartir tus palabras de esta forma.
    Ivy said...
    entré aquí porq vi el link en otro blog, y debo decir q coincido plenamente, aunq lo expusiste de una manera mucho más elocuente q lo q yo podría hacer

    saludos
    Anónimo said...
    Ojalá yo tuviera tu calidad de expresión. Me gustan todos y cada uno de tus escritos. Además, coincido plenamente con lo dicho en éste. Mis saludos y admiraciones para vos.
    salmo said...
    Muy buen artículo, coincido con vos.

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