Como se rompen los cristales

Es un segundo crucial, un momento determinado y preciso que separa dos realidades totalmente diferentes y opuestas. Es un segundo, o una centésima. Un quiebre, un nunca más.
Un movimiento en falso y, luego, un chasquido; el inevitable sonido de la ruptura. La condensación de momentos concentrados, todos juntos, alrededor de ese instante. Todo sucede demasiado deprisa. Y ya no hay vuelta atrás. Los trozos que antes componían un todo se dispersan en el suelo, las astillas se pierden y los grandes fragmentos resuenan fracasados.
El segundo posterior es de silencio total. Asimilación de una nueva realidad sublime. Estupefacción total y hasta incomprensión por la simplicidad con la que el todo se desvanece tan rápidamente, tan inevitablemente. Un error, un chasquido y adiós. Y los fragmentos, allí, a la vista, imposibles de reconstruir; invencibles ellos, en su cualidad de desechos. Ningún esfuerzo podrá unirlos, o borrar las huellas de la separación. Nada cambiará el nuevo curso, la finitud de la existencia.
Luego, de manera invariable, proviene la pena; el dolor ante el nuevo escenario, al oír el eco en el alma, una y otra vez, del chasquido que marcó el fin; por ser conciente que a partir de allí, sin importar qué se haga, nada volverá a ser como antes, nunca más.

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