Vómitos.

Caían charcos de anarquía desde las paredes, como cataratas invisibles de dolor o rompimiento, mientras el silencio incómodo no hallaba palabras adecuadas, y se contagiaba con las miradas errantes, que sin querer se cruzaban, e inmediatamente bajaban al refugio del plato y la comida, que evaporaba su calor.

Hacía treinta segundos que se habían sentado a la mesa, pero parecían siglos en sus mentes desconectadas. La luz tenue; que llegaba a la cena desde una moderna lámpara circular, de aluminio y vidrio, estilo minimalista; no lograba ocultar los rostros que no querían verse. Estaban sentados enfrentados, abrochados al continuo recuerdo del pasado, que volvía una y otra vez provocando ganas de llorar, por lo que había sido y ya no era.

Una burbuja de vidrio llena de jazmines hacía de centro de mesa. De él, algunos pétalos habían caído sobre la oscura madera y ya comenzaban el lento e inevitable proceso de oxidación. El aroma, licuado por el denso olor a pulcritud que brotaba desde toda la casa, se difumaba rápidamente atraído por el particular deseo de extinción que habitaba en el hogar.

- ¿Le falta sal?

- No, está bien.

Inmediatamente llevó un pequeño trozo de carne a su boca para afirmar sus palabras, aunque era conciente de que una hoja de nada tendría más sabor que ese desabrido bocado. Lanzó, entonces, una mirada espía y fugaz, para ver si su gesto de desagrado había sido descubierto, pero del otro lado encontró indiferencia, absoluta concentración en su propio círculo de porcelana.

Cada ínfimo gesto servía para corroborar que lo que antes era de ambos, ahora resultaba ajeno. De pronto su estómago se anudó y comenzó a sentir una sensación intensa de nauseas. El silencio, apenas entorpecido por el ruido esporádico de los cubiertos, se había vuelto una bestia intentando destruir la vitalidad que aún creía poseer. Tuvo enorme deseos de gritar y llorar, de odiar o amar, de sentir el corazón latir con fuerza; pero no pudo. Los jazmines, el entorno impecable, el brócoli decorando tan prolijamente el plato, el olor aséptico y la acumulación de días sin sentido eran una barrera lo suficientemente fuerte.

La descompostura había recrudecido, tanto que empezó a sentir como la saliva se acumulaba en su boca exageradamente. Tuvo miedo de tragar y hasta de respirar, tuvo miedo de hacer cualquier cosa que pudiera ser advertida y dejar en evidencia los síntomas de su tristeza. Tragó con esfuerzo y le pareció que el ruido de los mil litros de saliva fluyendo por su garganta había podido ser oído en toda la sala. Otra vez alzó la vista y descubrió del otro lado un gesto forzado de quietud que intentaba ocultar, como el suyo, un estómago anudado, un final reprimido.

Por el espacio rectangular de la sala, alrededor de ellos, se veían llantos y risas de bebés, oprimidos detrás de un futuro vidriado y trabajoso, que se maniataba a la barrera de la rutina y de la pasión vencida por el tiempo. Podían ver, los dos, las escenas alegres; allí, jugueteando con los imposibles, con los sueños inconclusos. Y dolían.

La estructura del amor fallido había sido mal construida desde el principio; creyeron poder usar las virtudes como cimientos. Idealizaron. Y la realidad se había vertido sobre esa mesa con forma de hartazgo o frustración por el fracaso. Y la comida no sabía a nada, y continuaba enfriándose. Y el vino se aguaba bajo el derretimiento de los hielos. Imposible resultaba sostener las miradas en alto.

- Puedo pedir comida, si no te gustó.

- No, gracias. Está rico, pero no tengo hambre.

Las voces escapaban reacias. El nudo en el estómago era, a esa altura, un remolino insoportable. La comida subía por el esófago y la saliva continuaba acumulándose. Las mentes de ambos circulaban por los mismos senderos, pero alejadas entre ellas. Los sabores se hacían cada vez más rancios en los paladares, y los corazones se habían hundido en palpitaciones, mientras escupían un frío sudor. El vómito era incontenible.

- Tenemos que hablar.- dijeron ambos al unísono, mientras las vistas se alzaban juntas.

Y sobre la mesa, los platos y los jazmines oxidados se vertieron litros de vómito de comida desabrida, de frustraciones compartidas.

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