La Plata era una fiesta.
Otra vez, como todos los años, el otoño llegó a la ciudad cargado de humedad. Hace días que el sol no se asoma, en cambio una atmósfera grisácea lo cubre todo como un manto nebuloso. Camino por la Avenida 51 mientras la noche comienza a esparcir un frío que atosiga. Atravieso la plaza San Martín y me veo sumergido en una especie de llovizna estática; que no es más que una niebla devenida en lluvia impalpable, tan fina que resulta imperceptible para la gravedad. Entonces se mantiene en quietud, flotando en el aire. Es extraño, pienso; porque sus miles de millones de diminutas gotas no llueven sobre mí, sino que yo lo hago sobre ellas. Podría, si pudiera, permanecer parado, quieto, y entonces esta niebla excesivamente gruesa o lluvia extremadamente fina no me mojaría, seguiría flotando estática alrededor mío. Pero al atravesarla, mientras camino, provoco el impacto con el agua ingrávida que se pega a mi ropa y mi rostro, humedeciéndome más de lo que quisiera.
Mientras cruzo calle 8, que ya es peatonal aunque la única que se dio por enterada es la soledad, apuro el paso. Sé que así no voy a mojarme menos, porque sigo siendo yo el que llueve sobre la lluvia; si quisiera dejar de mojarme, analizo otra vez, sólo debería detenerme, pero entonces no me escaparía del frío ni de la humedad que ya poseo. Apurar el paso sigue siendo la única alternativa, así llegaría más rápido a destino, donde estaré protegido de la lluvia que no llueve pero, por sobre todo, del frío que sí enfría.
Me sorprendo cuando descubro que en mi rostro –aunque no lo vea lo presiento- hay dibujada una sonrisa, como si las condiciones meteorológicas no fueran un obstáculo o una molestia; sino que funcionan para construir un espacio surrealista, donde las lámparas de mercurio de la calle se rodean de una aureola anaranjada, algo espectral, al igual que las luces de los vehículos. Y entonces, toda esa realidad fuera de foco, se tiñe de matices y vida, con reflejos que saltan desde los adoquines mojados hasta los vidrios de las tiendas, que se derriten incansables.
Al llegar a calle 11 y luego de pasar al lado del Teatro Argentino –que escondía toda su majestuosidad detrás de la lluvia inerte- giro y abandono la Avenida. Luego de caminar una cuadra llego a destino: el bar me recibe acogedor y cálido. Al entrar, primero hago una recorrida visual; pocas mesas están ocupadas, entonces selecciono rápidamente una sobre la pared. No conozco la razón psicológica de tal elección –que la debe haber-, pero lo cierto es que amo las mesas que están arrinconadas, como si así pudiera dejar que las paredes me abracen mientras yo, desde una esquina, observo todo el espacio.
Por un instante permanezco petrificado, viendo cada detalle del lugar. Es un típico café irlandés -esto lo presupongo porque jamás visité Irlanda, mucho menos un café de allí-, sus altas paredes están cubiertas, hasta una altura de un metro y medio desde el piso, por una madera oscura y muy bella, luego el verde característico alcanza el techo.
- Un café americano y dos medialunas, por favor.- Digo sorprendido al notar que la moza estaba esperando que yo vuelva a la realidad.
Mientras espero el café extraigo de mi bolso a Hemingway y otra vez me pierdo, aunque esta vez no en mi mundo, sino en el suyo; en esa París que parecía ser una fiesta -¿lo seguirá siendo?-, dónde artistas de todo el mundo convergían y desarrollaban, posiblemente, sus mejores obras. Entonces mi mente comienza a caminar por la estrecha rue Férou hasta la place Saint-Sulpice para luego girar hasta llegar a la rue de l´Odéon.
Debo haber viajado mucho, porque en un breve período de lucidez descubrí que, sobre mi mesa, ya estaba esperando el café desde hacía rato –supuse que hacía rato porque estaba frío, aunque cabe la posibilidad de que me lo hayan traído sin calentar, pero es muy improbable-.
Fue en ese momento, creo, que me di cuenta. Mientras afuera la lluvia seguía sin llover y el frío no dejaba de enfriar, y mientras yo viajaba mentalmente por allí noté que hacía mucho que no leía. No recuerdo exactamente cuánto, pero posiblemente un mes, tal vez un mes y medio. Y eso era imperdonable.
Debía, me dije –debo, me digo-, hacer una pausa, detenerme. Es hora –siempre lo es, pero a veces resulta imprescindible, como en este momento- de tomarme unas vacaciones para sumergirme mentalmente en otros mundos: cuando salga de la fiesta de París me iré a otro sitio, de la mano de Hemingway o de cualquier otro.
Y otra vez sobre mi rostro se dibuja una sonrisa y salgo del café a seguir lloviendo sobre la lluvia y a enfriarme con el frío; con apuro, para llegar a casa y comenzar a armar las maletas.
Copyright © 2007
Mientras cruzo calle 8, que ya es peatonal aunque la única que se dio por enterada es la soledad, apuro el paso. Sé que así no voy a mojarme menos, porque sigo siendo yo el que llueve sobre la lluvia; si quisiera dejar de mojarme, analizo otra vez, sólo debería detenerme, pero entonces no me escaparía del frío ni de la humedad que ya poseo. Apurar el paso sigue siendo la única alternativa, así llegaría más rápido a destino, donde estaré protegido de la lluvia que no llueve pero, por sobre todo, del frío que sí enfría.
Me sorprendo cuando descubro que en mi rostro –aunque no lo vea lo presiento- hay dibujada una sonrisa, como si las condiciones meteorológicas no fueran un obstáculo o una molestia; sino que funcionan para construir un espacio surrealista, donde las lámparas de mercurio de la calle se rodean de una aureola anaranjada, algo espectral, al igual que las luces de los vehículos. Y entonces, toda esa realidad fuera de foco, se tiñe de matices y vida, con reflejos que saltan desde los adoquines mojados hasta los vidrios de las tiendas, que se derriten incansables.
Al llegar a calle 11 y luego de pasar al lado del Teatro Argentino –que escondía toda su majestuosidad detrás de la lluvia inerte- giro y abandono la Avenida. Luego de caminar una cuadra llego a destino: el bar me recibe acogedor y cálido. Al entrar, primero hago una recorrida visual; pocas mesas están ocupadas, entonces selecciono rápidamente una sobre la pared. No conozco la razón psicológica de tal elección –que la debe haber-, pero lo cierto es que amo las mesas que están arrinconadas, como si así pudiera dejar que las paredes me abracen mientras yo, desde una esquina, observo todo el espacio.
Por un instante permanezco petrificado, viendo cada detalle del lugar. Es un típico café irlandés -esto lo presupongo porque jamás visité Irlanda, mucho menos un café de allí-, sus altas paredes están cubiertas, hasta una altura de un metro y medio desde el piso, por una madera oscura y muy bella, luego el verde característico alcanza el techo.
- Un café americano y dos medialunas, por favor.- Digo sorprendido al notar que la moza estaba esperando que yo vuelva a la realidad.
Mientras espero el café extraigo de mi bolso a Hemingway y otra vez me pierdo, aunque esta vez no en mi mundo, sino en el suyo; en esa París que parecía ser una fiesta -¿lo seguirá siendo?-, dónde artistas de todo el mundo convergían y desarrollaban, posiblemente, sus mejores obras. Entonces mi mente comienza a caminar por la estrecha rue Férou hasta la place Saint-Sulpice para luego girar hasta llegar a la rue de l´Odéon.
Debo haber viajado mucho, porque en un breve período de lucidez descubrí que, sobre mi mesa, ya estaba esperando el café desde hacía rato –supuse que hacía rato porque estaba frío, aunque cabe la posibilidad de que me lo hayan traído sin calentar, pero es muy improbable-.
Fue en ese momento, creo, que me di cuenta. Mientras afuera la lluvia seguía sin llover y el frío no dejaba de enfriar, y mientras yo viajaba mentalmente por allí noté que hacía mucho que no leía. No recuerdo exactamente cuánto, pero posiblemente un mes, tal vez un mes y medio. Y eso era imperdonable.
Debía, me dije –debo, me digo-, hacer una pausa, detenerme. Es hora –siempre lo es, pero a veces resulta imprescindible, como en este momento- de tomarme unas vacaciones para sumergirme mentalmente en otros mundos: cuando salga de la fiesta de París me iré a otro sitio, de la mano de Hemingway o de cualquier otro.
Y otra vez sobre mi rostro se dibuja una sonrisa y salgo del café a seguir lloviendo sobre la lluvia y a enfriarme con el frío; con apuro, para llegar a casa y comenzar a armar las maletas.
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Comentarios
Aprovecharé el tiempo para leer, que, al fin y al cabo, es la única manera de luego poder escribir.
A todos los que estén suscriptos cuando vuelva les avisaré por mail (se los prometo). Les mando un abrazo gigante (a todos).
¡Gracias (por esperarme)!
Un abrazo y buen viaje.
Besos, y nos encontramos a la vuelta!!!!
Ivana.-
Abrazo!
Ivana: Muchas gracias! Te mando un beso enorme.
Mi mente hoy se sintió comoda aquí y viajó con tu historia; como siempre maravillosa.
Dos besos(como en España).
Liliana
[Espero no te moLeste que haya enLazado desde mi space tu página bLog...]
Yo soLía escribir, hace tiempo... y créeme que ahora tengo una nostaLgia recurrente La cuaL me incita a voLver a hacerLo...
SaLudos y Gracias nuevamente
http://thebeautyhurt.spaces.live.com/
conectame por telepatia...
Espero que vuelvas para darnos felicidad a todos, como haces siempre...eres luz, deberías salir para alumbrar a todos los que te necesitamos...¿como podría expresar lo que quiero decirte...?
no estás solo...cuidate mucho...
besos.
Saludos.
atte.
kurtosis
besos
buenas vacaciones
Es increíble como escribes!!!Me encanta!!!!!Tu talento es sublime.Es muy difíci sostener la atención del lector, del modo tan fascinante como siempre logras, ¿como lo consigues?
Estoy enamorada de tus escritos. Tendré que entrar todos los días. Estoy contigo siempre en todo,¡no! mejor digo, en casi todo lo que "dices".Con esta mente tan dulce,tiena y tan llena de amor, de la primera hasta la última palabra. Eres misterioso. Y eso es muy difícil lograrlo
Te seguiré, seguro. Espero que no te moleste.
Un beso grande.
bueno ema espero que disfrutes o en su defecto que hallas disfrutado de tus vacaciones( porque cuando leas esto ya abras vuelto) y que escribas muy pronto una de esas tantas facinantes historias que tanto me conmueven.
besos!!!
cynthu
Del relato, que puedo decir Emmanuel! El relato es maravilloso, tienes una mente prodigiosa!!! Me encanta este lugar, bendigo el día en que encontré por casualidad tu blog =)
Gracias por todos los viajes que nos haces visitar, por todas las facetas que nos haces descubrir, mil gracias Ema!!
Un abrazo.
o.O
me encanto tu forma de escribir
xD
es bueno leer como ven el mundo otras personas.
yo lo veo de un lado medio ironico.
esta bueno que cada cual tenga su propia vista y mejor aun, su propia forma de expresarlo :P
nada.
me pase.
que siga bien.
Abrazo -
Yo estoy de vacaciones ahora. El año pasado tambien. asi que no eres el unico...
Saludos y besos
Akire