Una huella voluble.
Afuera, el cielo era quebrado por relámpagos que lanzaban destellos fugaces, e iluminaban las gotas de la lluvia sutil que caía sobre la ciudad durmiente, llenando de destellos un cielo de infinita negrura. Mientras dentro de la sala, la pulcra ambivalencia del silencio, que no decía nada y a la vez denotaba todo, se refugiaba en los labios deseosos de otros labios deseosos. Como armas desafiantes, dispuestas a combatir, con pasión, eternas batallas ardientes. Y esos húmedos combates se dibujaban en su mente como traviesos pensamientos que correteaban vivaces y llenos de adrenalina, disfrazados de fantasías pudorosas, pero dispuestos a concretarse.
Había algo, en ese quedarse callado, que a él lo seducía enormemente; como si la ausencia de palabras pronunciadas pudiera ser suplantada por el juego de intentar ahondar en la mente del otro, con adivinanzas telepáticas sin firme concreción. Eran conversaciones con miradas, charlas que se desvanecían antes de erigirse, fugaces como el presente, que solían terminar con una sonrisa de ella, atiborrada de malicia actuada, o con un salto sorpresivo para colgarse del cuello de Ramiro y así poder lograr que sus besos chocaran de frente con los de él.
Pero todo ese conjuro que crecía alrededor de esos dos cuerpos desnudos, hipnóticos para la mirada del otro, tenía la mágica condición de ser cruelmente efímero, o tal vez más efímero de lo que él deseaba. Cada vez que Ramiro perdía su instinto en el cuerpo de Martina, la convicción de que ella era el amor de su vida crecía irremediablemente. Era una seguridad que lo hacía volar entre auroras boreales cuando estaba con ella, pero que la brevedad de los encuentros; y sobre todo la soledad, que es lo que le sigue a la brevedad; dejaba un fatídico dolor sumergido en sus entrañas.
Ramiro sabía que ella tenía dos habilidades que se perfeccionaban más y más con el tiempo; Martina hablaba únicamente a través del silencio y el silencio nunca decía lo que su corazón sentía. Ella era, para él, un inmenso interrogante que se formaba con implacable prolijidad, sin dejar nunca al descubierto una verdad. Y ese misterio fascinante que la envolvía era parte de lo que Ramiro amaba, pero también complotaba para que el adiós sirviera para afilar la soledad, el abandono.
Los encuentros eran esporádicos y jamás premeditados; siempre, y como la primera vez, ocurrían porque antes la casualidad los cruzaba en la universidad. Y las miradas, cuando se miraban, los atraía como poderosos e infalibles imanes. Inmediatamente, los dos resignaban cualquier plan que la agenda les tenía preparado y se escapaban juntos. Las palabras audibles escaseaban, tal vez decían un “hola”, o un “vamos”; pero no mucho más. Lo que seguía eran las largas conversaciones silenciosas, las adivinanzas telepáticas, los besos y lo efímero.
Para Ramiro la casualidad se presentaba muy ocasionalmente, entonces, controlado por su amor, pasaba más tiempo en la universidad del requerido, buscándola, desesperado por verla, intentando forzar la causalidad. Y siempre, en cada búsqueda, hallaba alguna huella de Martina, como migajas o retazos de ella, tal vez un detalle perdido que sólo él podía adivinar. No eran más que huellas volubles, insignificancias por separado que juntas cobraban sentido en la mente de él. Y así Ramiro apaciguaba la ansiedad y las ganas de verla, y podía sobrevivir los largos tiempos intermedios.
En eso pensaba cuando la miraba, allí desnuda, preguntándose si ella le estaría leyendo la mente, si podría comprender cuánta falta le hacía oír de sus labios lo que su corazón sentía. Mientras afuera la lluvia y los relámpagos continuaban, Ramiro sabía, adentro, que la cuenta regresiva estaba en marcha y que acabaría como siempre; ella partiendo y él esperando una nueva casualidad mientras buscaba huellas volubles. Como si verdaderamente le hubiera descubierto la adivinanza telepática, Martina se levantó y comenzó a vestirse.
Al mirarla partir, Ramiro comprendió que amaba hasta sus defectos, pensó que por lo menos Martina firmaba su partida con el abandono, mientras otras se excusaban con mil argumentos más o menos ciertos, pero que nunca antes habían dicho. Luego sintió que eso era sólo un intento por complacerse. El ruido de la puerta cerrándose retumbó en el vacío, conjugado con el tronar del cielo que lloraba su furia.
Se recostó abatido en la cama, tratando de convencer a su amor para que busque otro cuerpo donde refugiarse. Cerró los ojos, pensando en qué huellas o migajas encontraría en la búsqueda del día siguiente, preguntándose cuándo será el nuevo encuentro, por cuánto tiempo más podría resistir estas sucesivas despedidas, que ya llevaban dos años, y odiándola y amándola de la misma manera. A lo lejos perdido, en su mente casi dormida, oyó un golpeteo. Abrió los ojos, permaneció inmóvil, casi sin respirar por varios segundos y el golpeteo volvió a oírse. Ramiro saltó de la cama, supo enseguida que alguien golpeaba la puerta.
- ¿Por qué me dejas ir? – dijo Martina cuando la puerta se abrió. Estaba totalmente empapada, temblando de frío y con los ojos llorosos. Cobijaba la mirada más sincera que Ramiro hubiera visto jamás.
- ¿Y por qué te vas?
- Porque jamás me detienes.
Miles de adivinanzas irresueltas de pronto obtuvieron sus respuestas, como si la palabra audible se hubiera hartado de tantos misterios sin resolver y, entonces, lanzó sobre ellos un sin número de verdades que vencieron a tanta telepatía absurda, a tantas migajas, a tanta huella voluble.
Copyright © 2007
Había algo, en ese quedarse callado, que a él lo seducía enormemente; como si la ausencia de palabras pronunciadas pudiera ser suplantada por el juego de intentar ahondar en la mente del otro, con adivinanzas telepáticas sin firme concreción. Eran conversaciones con miradas, charlas que se desvanecían antes de erigirse, fugaces como el presente, que solían terminar con una sonrisa de ella, atiborrada de malicia actuada, o con un salto sorpresivo para colgarse del cuello de Ramiro y así poder lograr que sus besos chocaran de frente con los de él.
Pero todo ese conjuro que crecía alrededor de esos dos cuerpos desnudos, hipnóticos para la mirada del otro, tenía la mágica condición de ser cruelmente efímero, o tal vez más efímero de lo que él deseaba. Cada vez que Ramiro perdía su instinto en el cuerpo de Martina, la convicción de que ella era el amor de su vida crecía irremediablemente. Era una seguridad que lo hacía volar entre auroras boreales cuando estaba con ella, pero que la brevedad de los encuentros; y sobre todo la soledad, que es lo que le sigue a la brevedad; dejaba un fatídico dolor sumergido en sus entrañas.
Ramiro sabía que ella tenía dos habilidades que se perfeccionaban más y más con el tiempo; Martina hablaba únicamente a través del silencio y el silencio nunca decía lo que su corazón sentía. Ella era, para él, un inmenso interrogante que se formaba con implacable prolijidad, sin dejar nunca al descubierto una verdad. Y ese misterio fascinante que la envolvía era parte de lo que Ramiro amaba, pero también complotaba para que el adiós sirviera para afilar la soledad, el abandono.
Los encuentros eran esporádicos y jamás premeditados; siempre, y como la primera vez, ocurrían porque antes la casualidad los cruzaba en la universidad. Y las miradas, cuando se miraban, los atraía como poderosos e infalibles imanes. Inmediatamente, los dos resignaban cualquier plan que la agenda les tenía preparado y se escapaban juntos. Las palabras audibles escaseaban, tal vez decían un “hola”, o un “vamos”; pero no mucho más. Lo que seguía eran las largas conversaciones silenciosas, las adivinanzas telepáticas, los besos y lo efímero.
Para Ramiro la casualidad se presentaba muy ocasionalmente, entonces, controlado por su amor, pasaba más tiempo en la universidad del requerido, buscándola, desesperado por verla, intentando forzar la causalidad. Y siempre, en cada búsqueda, hallaba alguna huella de Martina, como migajas o retazos de ella, tal vez un detalle perdido que sólo él podía adivinar. No eran más que huellas volubles, insignificancias por separado que juntas cobraban sentido en la mente de él. Y así Ramiro apaciguaba la ansiedad y las ganas de verla, y podía sobrevivir los largos tiempos intermedios.
En eso pensaba cuando la miraba, allí desnuda, preguntándose si ella le estaría leyendo la mente, si podría comprender cuánta falta le hacía oír de sus labios lo que su corazón sentía. Mientras afuera la lluvia y los relámpagos continuaban, Ramiro sabía, adentro, que la cuenta regresiva estaba en marcha y que acabaría como siempre; ella partiendo y él esperando una nueva casualidad mientras buscaba huellas volubles. Como si verdaderamente le hubiera descubierto la adivinanza telepática, Martina se levantó y comenzó a vestirse.
Al mirarla partir, Ramiro comprendió que amaba hasta sus defectos, pensó que por lo menos Martina firmaba su partida con el abandono, mientras otras se excusaban con mil argumentos más o menos ciertos, pero que nunca antes habían dicho. Luego sintió que eso era sólo un intento por complacerse. El ruido de la puerta cerrándose retumbó en el vacío, conjugado con el tronar del cielo que lloraba su furia.
Se recostó abatido en la cama, tratando de convencer a su amor para que busque otro cuerpo donde refugiarse. Cerró los ojos, pensando en qué huellas o migajas encontraría en la búsqueda del día siguiente, preguntándose cuándo será el nuevo encuentro, por cuánto tiempo más podría resistir estas sucesivas despedidas, que ya llevaban dos años, y odiándola y amándola de la misma manera. A lo lejos perdido, en su mente casi dormida, oyó un golpeteo. Abrió los ojos, permaneció inmóvil, casi sin respirar por varios segundos y el golpeteo volvió a oírse. Ramiro saltó de la cama, supo enseguida que alguien golpeaba la puerta.
- ¿Por qué me dejas ir? – dijo Martina cuando la puerta se abrió. Estaba totalmente empapada, temblando de frío y con los ojos llorosos. Cobijaba la mirada más sincera que Ramiro hubiera visto jamás.
- ¿Y por qué te vas?
- Porque jamás me detienes.
Miles de adivinanzas irresueltas de pronto obtuvieron sus respuestas, como si la palabra audible se hubiera hartado de tantos misterios sin resolver y, entonces, lanzó sobre ellos un sin número de verdades que vencieron a tanta telepatía absurda, a tantas migajas, a tanta huella voluble.
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Comentarios
Me gusta la foto del lápiz, porque yo pinto y dibujo.
Beso
CREO que asi deberías hacerlo siempre, porque historias llenas de sentimientos parecidos, son aquellas que le hacen temer al lector que sus comentarios parezcan rutinarios.
Me gustaría (si puedes, o tienes ganas, o tiempo) que me digas lo que es una "causalidad".
Te mando muchos saludos desde Ecuador, sigue así (se escucho rutinario, verdad?)
Qué alegría!!! Qué feliz que me siento!!!!
Gracias por esta historia de amor tan bonita con un final tan tierno.
Me voy a la calle, feliz, muy feliz, y pensando en historias de amor con finales felices.
Liliana
Mario: Muchas gracias por tu comentario. A grandes rasgos, una "causalidad" es un hecho provocado. Un abrazo!
(Y tus comentarios nunca son rutinarios)
Te envio un abrazo y un beso adictomagnetico.
Akire
PD: Disculpa la ortografÍa pero mi teclado no tiene la letra que va despues de la N; antes de la O.
Te mando un enorme abrazo.
La verdad es que te re felicito y segui escribiendo asi!!! que me ENCANTA SOS UN GENIO!!!!!!!!.
CONTESTAME PRONTO y a ver cuando ves mi blog !!! you promise me!!
cynthulocura18.blogspot.com
kisses!!! see you!!
me encantò,tienes... wow!!! la virtud de la palabra, me gusta tu manera de desarrollar y describir la escena, me gusta tu estilo para poder escribir, realmente genial y sorprendente la creaciòn del relato...y un final que yo en lo particular definirìa como adecuado y espectacular... me sorprendes =D y me gustò el relato, puedes creer que casi me haces llorar con el final? ^^ me identifiquè mucho con la historia, en especial con los preceptos de "telepatìa".
Muchas gracias, por regalarnos una historia ^^
un abrazo, y sigue sorprendiendonos =D
En cierto modo al ir leyendo la historia esperaba con ansias un final feliz para Martina y Ramiro...gracias a vos, lo tuvieron.
Tu pluma privilegiada, me acaricia el alma con cada historia...gracias por hacerme feliz!
Besos,
Ivana.-
Te felicito :)
Te invito a mi blog a ver que te parece...
http://aro123.blogspot.com/
Un besazo.
Seymi: Mis contestaciones tienden a repetirse, pero lo único que puedo decir es GRACIAS! Te mando un abrazo.
Aroblog: Gracias! Ya mismo voy a tu blog. Saludos!
Que dificil nos hacemos las cosas, no hay mayor belleza y exactitud que la simplicidad misma y la humildad!
Gracias por tan linda historia ;)
Un gusto haberte leido, y espero que nunca deje de brotar la magia de tu escritura.
Muchos saludos y suerte.
GABRIEL
un beso.