Inevitables vueltas de la vida.
Se despertó abrazado a la soledad, mientras la tarde ingresaba empequeñecida por la claraboya y el frío invernal brotaba desde cada espacio vacío, helando los suspiros exhalados y cubriendo de un tono opaco cada brillo de luz. Su rostro corrugado; que había sido testigo de miles de noches largas que morían inconcientes y etílicas, cuando comenzaban a saber a locura, a violencia y vómito; permanecía desdeñoso frente a su propio reflejo molido, que el espejo devolvía sin atenuantes. Nunca se había llevado bien con el entorno real que la sobriedad le ponía frente a sus ojos y, entonces, se escabullía ofuscado a recovecos oscuros, en donde las miradas juiciosas no podían tocarlo y dónde podía tomar sus amadas bebidas. Allí, por horas, se quedaba besando a la adicción, que fue siempre su única compañera fiel.
Semidesnudo, con su enfado habitual, permaneció en absoluta quietud frente al espejo, intentado matar las ganas desenfrenadas de ir a la alacena en busca de algún whisky barato, que le ahogue la sed y las penas. Trató de comprender cómo la vida había correteado sin rumbo a lo largo de los años, y cómo ahora la verdad se desvanecía, cuando tomaba conciencia de que el tiempo no transcurría; sino que permanecía impávido, absolutamente estático, y que por el contrario, él fue quién atravesó al tiempo.
Era sólo un adolescente cuando empezó a disfrutar de la bebida y a perder lenta, pero inexorablemente, sus rasgos aniñados, su expresión de carilindo. Y florecieron paulatinamente miles de gestos toscos, acompañados por una voz reseca y tronante que alimentó un lenguaje callejero, algo bruto pero, por sobre todo, extremadamente escueto.
La infinidad de cicatrices que ahora el espejo le dibujaba en todo su cuerpo; algunas apenas visibles, perdidas en medio de profundas arrugas añejas, y otras latentes; eran la prueba cabal de que no había sido un niño bueno, mucho menos alguien pacífico. Jamás respondió a un insulto o un agravio con la boca; siempre el primer paso fue un golpe. Y el alcohol le ayudaba a encontrar insultos y agravios incluso dónde no los había. Noche tras noche, por años, salía de su casa con el único fin de emborracharse y encontrarse, a la vuelta de cualquier esquina, con alguien que le recordara a él mismo en estado de sobriedad; y luego lanzaba su repertorio de trompadas.
En el camino hubo varios amores fugaces, que dejaron más o menos dolor, pero ninguno tan fuerte como para soportar la subsistencia dentro de su cuerpo embriagado, a excepción de la última mujer con la que durmió. Con ella tuvo una hija y un motivo para vivir; pero no lo supo ver; los vicios y su carrera a través del tiempo provocaron la separación inevitable, hace ya tres décadas. Y en la actualidad, las neuronas que el alcohol no venció, no alcanzan para permitirle recordar su nombre, ni siquiera puede completar mentalmente el rostro de la beba que alguna vez tuvo en brazos. Como si fuera un sueño incompleto, o un hecho de la realidad del que no tiene pruebas, y por lo tanto se desvanece cargado de inexistencia.
La inconciencia, que durante tanto tiempo lo gobernó, comenzó a extinguirse la semana pasada, cuando despertó en una sala hospitalaria y los médicos le informaron que no podría seguir atravesando el tiempo mucho más, que su carrera estaba acabando, con amplia derrota.
Era eso, exactamente lo que la sobriedad le permitía ver en el espejo, la indeclinable imagen de la derrota absoluta. Entonces, al comprenderlo, su rostro perdió cierta tosquedad, y un gesto misericordioso hacia él mismo lo apoderó. La fatalidad se vislumbraba cercana y el único color verdadero; el negro, el color que ven los muertos; cobró vida en sus ojos. No pudo, por más que quiso, completar el rostro de su hija, darle existencia al recuerdo, pero supo cuánto la extrañaba y cuánta falta le hacía. Inevitables vueltas de la vida.
Copyright © 2007
Semidesnudo, con su enfado habitual, permaneció en absoluta quietud frente al espejo, intentado matar las ganas desenfrenadas de ir a la alacena en busca de algún whisky barato, que le ahogue la sed y las penas. Trató de comprender cómo la vida había correteado sin rumbo a lo largo de los años, y cómo ahora la verdad se desvanecía, cuando tomaba conciencia de que el tiempo no transcurría; sino que permanecía impávido, absolutamente estático, y que por el contrario, él fue quién atravesó al tiempo.
Era sólo un adolescente cuando empezó a disfrutar de la bebida y a perder lenta, pero inexorablemente, sus rasgos aniñados, su expresión de carilindo. Y florecieron paulatinamente miles de gestos toscos, acompañados por una voz reseca y tronante que alimentó un lenguaje callejero, algo bruto pero, por sobre todo, extremadamente escueto.
La infinidad de cicatrices que ahora el espejo le dibujaba en todo su cuerpo; algunas apenas visibles, perdidas en medio de profundas arrugas añejas, y otras latentes; eran la prueba cabal de que no había sido un niño bueno, mucho menos alguien pacífico. Jamás respondió a un insulto o un agravio con la boca; siempre el primer paso fue un golpe. Y el alcohol le ayudaba a encontrar insultos y agravios incluso dónde no los había. Noche tras noche, por años, salía de su casa con el único fin de emborracharse y encontrarse, a la vuelta de cualquier esquina, con alguien que le recordara a él mismo en estado de sobriedad; y luego lanzaba su repertorio de trompadas.
En el camino hubo varios amores fugaces, que dejaron más o menos dolor, pero ninguno tan fuerte como para soportar la subsistencia dentro de su cuerpo embriagado, a excepción de la última mujer con la que durmió. Con ella tuvo una hija y un motivo para vivir; pero no lo supo ver; los vicios y su carrera a través del tiempo provocaron la separación inevitable, hace ya tres décadas. Y en la actualidad, las neuronas que el alcohol no venció, no alcanzan para permitirle recordar su nombre, ni siquiera puede completar mentalmente el rostro de la beba que alguna vez tuvo en brazos. Como si fuera un sueño incompleto, o un hecho de la realidad del que no tiene pruebas, y por lo tanto se desvanece cargado de inexistencia.
La inconciencia, que durante tanto tiempo lo gobernó, comenzó a extinguirse la semana pasada, cuando despertó en una sala hospitalaria y los médicos le informaron que no podría seguir atravesando el tiempo mucho más, que su carrera estaba acabando, con amplia derrota.
Era eso, exactamente lo que la sobriedad le permitía ver en el espejo, la indeclinable imagen de la derrota absoluta. Entonces, al comprenderlo, su rostro perdió cierta tosquedad, y un gesto misericordioso hacia él mismo lo apoderó. La fatalidad se vislumbraba cercana y el único color verdadero; el negro, el color que ven los muertos; cobró vida en sus ojos. No pudo, por más que quiso, completar el rostro de su hija, darle existencia al recuerdo, pero supo cuánto la extrañaba y cuánta falta le hacía. Inevitables vueltas de la vida.
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Comentarios
Saludos, (como siempre) de Ecuador.
Saludos, (como siempre) de Argentina. Un abrazo, Mario!
Quisiera pensar que esta historia, no sucede, pero creo que me resulta cotidiana, si giro mi vista hacia el mundo exterior...
Desearía soñar con un mundo mejor, donde esto no sucediera....espero algun día cumplir mi sueño...
Besos, y seguí escribiendo tan bien como lo has hecho hasta ahora...
Ivana.-
PD: estoy feliz de haber vuelto!!!
Que sos un genio con la pluma en la mano.
Que en tu mente las palabras se sienten poderosas, porque saben que sabras usarlas como sólo los grandes escritores saben hacerlo.
Que cada vez que te leo me siento orgullosa de que seas un hijo de mi patria.
Y que me siento orgullosa también de haberte conocido, y que algunas veces utilices esas palabras para dedicarme una respuesta exclusiva para mí. Me hace sentir importante que un genio me escriba.
Algun día, no lejano, serás un grande de la literatura, y ese día espero que no te olvides de tus primeros fans.
Liliana
Si me vas a odiar por esto no importa del odio al amor solo hay un pasito..... Akire
Ivana: Gracias Ivana. Sí, todos (a los que nos gusta soñar) esperamos que el mundo sea distinto. Pd: Yo también estoy feliz de que hayas vuelto.
Gracias, de verdad, por todo. Aunque te aseguro que exageras.
Saludos, y gracias!
Un abrazo...
Vislumbrante!, me gusta como vas narrando el panorama de la vida de este hombre alcohòlico.
me quito el sombrero ante ti ^^,
fabulosa historia, es un tema cotidiano, pero lo explicas de una perspectiva grandiosa y con un final impresionante.
Me gustò mucho el relato!! ^^
uhm... ya ya que te gusta las reclamaciones jajaja... a mi me encantarìa poder leer un relato tuyo que tenga como tema lo homosexual(me gustarìa ver, como desenvuelves tal tema)
Bueno, un abrazo, te cuidas mucho.
Esperemos que mañana nos deleites con otra narraciòn ^^.
Seymi: Gracias, gracias y mil gracias! Con respecto a tu pedido: si bien todavía nunca desarrollé la homosexualidad en una historia, en "El fin de la búsqueda imperfecta" (que publiqué en noviembre pasado) acaricio sutilmente el tema.
Saludos y gracias (otra vez)!