Imagine el amor.

Imagine. Imagine un punto. Un punto pequeño, como una cabeza de alfiler. Ahora sitúe ese punto en un espacio X. Que sea un sitio cerrado, como un enorme galpón. Para que sea más simple imagínelo cuadrado y vacío. Cada lado de ese lugar debe tener 10 cuadras de largo. Es gigante, lo sé. Pero imagine. No se olvide de poner dentro al pequeño punto. Allí está, el pequeño punto del tamaño de una cabeza de alfiler en un gigantesco y monumental galpón de un kilómetro cuadrado. Póngale a ese punto un nombre, puede ser el suyo.

Ahora, y esta es la parte difícil, imagine seis mil millones de puntos más. Sí, seis mil millones. Es mucho, tal vez más de lo que usted pueda imaginar, pero inténtelo. Tal vez sería más simple si hace una analogía: si imagina un millón de monedas, por ejemplo, y luego multiplica esa enorme montaña por seis mil. ¿Lo logró? Convierta, entonces, esas monedas en puntos y acomódelos dentro del galpón con aquel otro punto que lleva su nombre.

¿Me sigue? Tiene, entonces, un galpón enorme en donde hay seis mil millones de puntos que acompañan a aquel otro punto con nombre. Otórguele a cada uno de los puntos una trayectoria aleatoria. Pueden ser líneas rectas o zigzagueantes, no importa. Imagine, ahora, que el galpón está en penumbras. Perfecto. Cada uno de esos puntos avanza lentamente antes de desaparecer. En promedio, cada punto vive setenta y cinco años, pero ese factor también es azaroso. Ahora imagine la cantidad de impactos, intersecciones, desvíos y circunstancias que acontecen en ese galpón lleno de seis mil millones de puntos con trayectorias aleatorias. ¿Lo imagina?

Ahora busque dentro de esa enorme cantidad de puntos anónimos uno cualquiera, que por algún motivo llame su atención. ¿Encontró alguno? Otórguele, entonces, un nombre. Bien, recordemos entonces: en un galpón gigante en penumbras hay seis mil millones de puntos con trayectorias aleatorias y vida limitada, entre ellos hay dos puntos que tienen nombre. Trate de imaginar qué probabilidades hay que esos dos puntos se encuentren. No es sencillo de imaginar, lo sé; deben sortear, antes, miles de impactos con otros puntos, deben encontrarse avanzando a ciegas y, encima, millones de casualidades deben presentarse para que esos dos puntos logren juntarse; sin olvidarnos que ese encuentro tiene que darse antes que la vida de alguno de los puntos llegue a su fin.

Por alguna razón que ni usted ni yo comprenderemos, todas esas casualidades se presentan y esos dos puntos con nombre logran estar juntos. Ahora, ambos puntos avanzan unidos, en la misma trayectoria. Imagine, sin embargo, que esa trayectoria estará atravesada por la de otros puntos que los rozarán, los impactarán, los sacudirán y alterarán el rumbo. Ahora trate de juntar todos los factores en su mente y pensar qué tan probable es que esos dos puntos se hayan encontrado y cuánta fuerza hace falta para que prosigan su camino juntos.

¿Logra imaginarlo? ¿Logra pensar en números, probabilidades, estadísticas, fuerza de impacto, inercia, trayectorias, velocidad, tiempo y espacio? ¿Logra, de verdad, comprender por aunque sea sólo un segundo lo complicado de todo eso? Bueno, entonces olvídese de todo; porque lo que usted acaba de imaginar no tiene capacidad de análisis, porque es magia pura. Lo que usted acaba de imaginar es el milagro del amor.

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