Mercedes Sosa

Querida Negra:

Me desperté con tu voz, Negra. Y lo supe. No preguntes cómo, porque no lo sé; simplemente lo supe. Me duché y tu voz seguía cantándome al oído, me venían versos sueltos: “Tantas veces me mataron”, decías, “tantas veces me morí, y sin embargo estoy aquí resucitando”, confesabas. Y te escuché decirle gracias a la vida, y escuché una y mil veces dentro de mi cabeza tu voz imposible. ¿Y qué querés que te diga, Negra? Si yo estaba allí, bajo la ducha matinal, y sabía, sabía que te habías ido y que ya estaba extrañándote. ¡Pero claro que duele!

Voy a confesarte algo, Negra, que creo que nunca lo he dicho. La primera vez en mi vida que la belleza me emocionó, de esa manera inexplicable que sólo el arte puede hacer, fue cuando escuché tu voz: yo no tendría más de cinco o seis años; incluso tal vez menos; estaba con mi padre, creo que en el auto, cuando puso un casete tuyo. Me pregunté, lo recuerdo, si esa voz provenía de una diosa, porque era imposible que un cuerpo terrenal pudiera emitir tu arte. Me recuerdo pequeño, y sensibilizado hasta el tuétano con tu música, con un millón de escalofríos recorriéndome el cuerpo y mi sorpresa al ver mi piel erizada. Lo recuerdo, Negra, porque esa vez fue la primera de tantas otras; lo recuerdo porque descubrí que no eras una diosa, porque supe que seres humanos hay millones, pero genios sólo unos pocos, y que esos pocos tienen la eternidad ganada.

Salí del baño y fui en busca de la noticia. Sabía que había acontecido, y los titulares enormes con tu foto no me sorprendieron. Pero dolieron. ¡Y vaya que dolieron, Negra! Tu voz era la voz de todos: de los argentinos, de los latinoamericanos, de los que no tienen voz, de los silenciados, los exiliados, los pobres, de la libertad, la paz y la dignidad. Tu voz era nuestra voz, Negra. Eras nosotros diciendo con belleza lo que nosotros no podíamos decir de ninguna manera. Eras lo sueños, los deseos y la esperanza; eras todo lo intangible y eras tu voz corpórea, abrazándonos con lo que nosotros mismos éramos. Eras el canto de nuestras almas, acariciando nuestros corazones hasta hacerlo brotar de emociones. Negra querida; tu voz nos recordaba que estábamos vivos.

Y ahora descubro que de chico, la primera vez que te escuché, no me equivocaba: es imposible, Negra, que hayas sido humana. Esa voz increíble no puede ir acompañada por tu sensibilidad, por tu coherencia ideológica, por tu alma luchadora, por tu cariño infinito. No, nos mentiste; nadie puede nacer con todas esas virtudes juntas, nadie. No eras humana, Negra; lo sé porque los titulares de los diarios dicen que has muerto, que te fuiste; y no puede ser cierto porque mientras escribo estas letras estoy escuchándote, estoy escuchando tu voz, el canto de todos (que es tu propio canto).

No eras humana, porque los humanos mueren; y yo te escucho como antes, y tu voz sigue exprimiéndome el corazón. Y entonces me convenzo, como de pequeño, que esa voz proviene de una diosa: de una diosa eterna, de la pacha mama, de la diosa de los argentinos y los latinoamericanos.

Y me sonrío, Negra, porque aún te escucho, porque nunca te irás; porque los dioses nunca mueren. Y porque con tu voz viva, todos los argentinos aún tenemos nuestra voz hablando a través de la tuya.



Copyright © 2009


 

Copyright © 2005 - 2009 Todos los derechos se encuentran reservados. Queda rigurosamente prohibida; sin la autorización del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes; la reproducción total o parcial de las obras aquí expuestas por cualquier medio o procedimiento.