Reencuentro contigo.

Cuando miró a su derecha y la vio aún dormida sintió un leve regocijo, que nacía a la par de recuerdos azarosos de la infancia. De sus cabellos apáticos surgía el reflejo de un sol naciente, como aquel que vio acuñado en las pestañas de Ángela, su primer amor adolescente, el día que se besaron por primera vez, a orilla del río, en un amanecer barnizado de amarillo por una llovizna aún fresca. Era un recuerdo escueto y a la vez preciso. Un segundo unía aquel momento con este. Y esa unión mágica lo maravilló; era un simple detalle, un resplandor en el cabello, que lo había transportado a un instante de veinte años atrás.
Y ese viaje imaginario surgido de manera circunstancial lo sumergió, imprevisiblemente, en un estado de éxtasis y nostalgia mental. De pronto, se encontró con el pasado, recordándose en sus días de niño. No pudo evitar comparar aquel que había sido; que caminaba del colegio a su casa por el costado de las vías del tren, para evitar cualquier contacto humano y así poder concentrase en su propio universo; con el que era ahora; alguien despertando en el cuarto de un hotel, al lado de una mujer con la que sólo había pasado catorce horas y a la que, sin embargo, anhelaba amar locamente. Entre ese niño y el hombre que era ahora había una esencia similar, pensó, pero a la vez un deterioro de esa naturaleza, una mutación innecesaria, tallada por el paso del tiempo.
Especuló sobre qué había sido exactamente el motivo de la transformación. ¿Por qué ese niño, aún en su infelicidad, era feliz? Ahorrándose explicaciones, llevó su mirada a la ventana, buscando tal vez refugio en las aguas del Moldova. El pequeño movimiento provocó que las tensas sábanas blancas se estiren y, de alguna manera, provoquen el despertar cargado de incordio de ella.

- ¿Querés que me vaya?
- No, en un rato pido el desayuno. No te preocupes. Dormí.- Dijo tratando de hacerla sentir cómoda, para no tener que verla partir. Para que no lo deje.

Ella lo miró furtivamente, con intenciones de retomar el sueño de prisa, y luego sonrió sutilmente, con un placer disfrazado de disimulo. La sangre de él se congeló; como antes, su mente lo movió al pasado, a la sonrisa que su madre escondía cuando sentía orgullo por él, pero no quería dejarlo en evidencia. Esas sonrisas que eran un premio, un consuelo, una satisfacción y un castigo. Todo junto, y a la vez. Otra vez pudo verse de niño, buscando complacer a sus padres de manera incansable, viviendo sobre los cimientos del futuro que ellos le habían construido, y tratando de hacerlo convivir con el futuro que él debía tener.
Pero ya era futuro. La habitación rebosante de luz, el hotel tres estrellas, la prostituta, el amor que no tenía, el idioma que no hablaba. Todo el presente era el futuro de aquel niño. Y algo en el medio había convertido aquello en esto.
Se paró y caminó sobre el piso de madera, desnudo, sin rumbo. Miró y volvió a mirar una y otra vez cada detalle de la habitación. Se detuvo algunos segundos en el escritorio; lleno de planos de edificios arquitectónicamente mediocres que él había diseñado; y luego se acercó a la ventana, dónde observó la acera de la calle Lesnická, el puente Jiráskuv y la Casa Danzante, al otro lado del río. Y la envidió, su belleza, su construcción descontructiva, sus arquitectos; el talento. Y se odió; su realidad, ser lo que no era, la traición a aquel chico que había sido.
Se duchó rápidamente, pidió el desayuno y partió. Cuando ella despertó, había sobre la cama una bandeja con desayuno para uno, una servilleta escrita a las apuradas (“Durante una noche te amé”), un café frío y un montón de planos rotos sobre el escritorio. En el cuarto de baño encontraría, después, un espejo roto. Nadie lo vio cuando salió del hotel, cuando caminó a orillas del río, y cuando sonrió durante horas al permanecer sentado en la Old Town Square, planeando su futuro; el reencuentro con aquel chico del pasado.

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